Según el INE, la tasa interanual del IPC de junio sería del 2,1% debido a la subida de precios de los carburantes y lubricantes, lo que aunado con la escalada de precios del crudo, la subida de impuestos al alcohol y al tabaco, la prevista subida del 3,2% de la luz, así como la decisión de prorrogar el gravamen complementario al Impuesto de Bienes Inmuebles (IBI) hasta el 2.015 y los todavía indefinidos impuestos medioambientales, hará que la inflación se dispare hasta niveles del 3% para finales de noviembre, con lo que podríamos asistir a peligrosos escenarios de estanflación, al conjugarse una inflación desbocada (rondando el 3%) con el estancamiento económico (crecimiento negativo del PIB del -1,6% adornado con una tasa bestial de desempleo del 27%, un déficit Público del 6,6% y una Deuda Pública rondando el 98% del PIB, según estimaciones el FMI para el 2013).
Por estanflación se entiende, la suma de una inflación desbocada y un escenario de recesión económica (una economía entra en recesión técnica después de dos trimestres de caídas consecutivas del PIB nacional según el FMI) y es un término acuñado en 1965 por el entonces ministro de Finanzas británico, Ian McLeod que utilizó la palabra “stagflation” en un discurso ante el parlamento Británico. Se trataría de una de las más peligrosas combinaciones para la economía, ya que ambos elementos distorsionan el mercado y la terapia de choque para combatir el estancamiento económico; tiene como efecto secundario el incremento de la inflación. Así, para incentivar el consumo y salir de la recesión, se requieren terapias basadas en la expansión fiscal y monetaria, medidas que a su vez generan más inflación, lo que al final deviene en un círculo explosivo para la economía de final incierto.
Históricamente la estanflación ha estado ligada al precio de las materias primas, de lo que sería paradigma la Crisis del Petróleo de 1973 (Primera Crisis del Petróleo), provocada por la estrategia de castigo de la OPEP a las economías occidentales por apoyar a Israel en la Guerra de Yom Kippur, crisis que cuadruplicó los precios del crudo y aunado con la elevada dependencia del petróleo por parte del mundo industrializado, provocó un fuerte efecto inflacionista de bienes y servicios. Paralelamente, se produjo un súbito aumento de los costes de producción de las empresas que ante la imposibilidad de revertir dichos costes en el precio final de sus productos optaron por redimensionar sus plantillas, provocando un aumento desbocado de las tasas de desempleo y la consecuente constricción del consumo interno, entrando así en una espiral negativa que derivó finalmente en una drástica reducción de la actividad económica de los países afectados.
Teniendo en cuenta que la pérdida de poder adquisitivo de los trabajadores debido a los exiguos incrementos salariales, congelación o dramática reducción de los mismos unido a la ausencia de la cultura del ahorro doméstico ha provocado una severa contracción del consumo interno, al conjugarse la reducción del gasto familiar ( un 3% debido a la subida de los tipos del IVA) con el drástico recorte de inversión en Obra Públicas (reducción de € 22.100 millones en el Bienio 2011-2012), se deduce que la tasa de inflación actual sería una tasa artificial, motivada por el afán recaudatorio de un Estado saturniano de apetito insaciable que no dudará en devorar a sus hijos para reducir sus necesidades adicionales de financiación en mercados extranjeros.
Este escenario inflacionista tendrá como efectos colaterales, la desincentivación del ahorro y la búsqueda de rentas fuera de las actividades productivas, (lo que podría provocar una desertización productiva que fuera incapaz de satisfacer la demanda de productos básicos como en Venezuela), aunado con una reducción del grosor del colchón familiar y la consecuente elevación del riesgo de pobreza al estar los convenios colectivos y las pensiones en la práctica desligados de la subida del IPC. Así, según el Consejo Económico y Social, 422.600 hogares vivían gracias a la pensión de los abuelos con ingresos medios de € 840 y que a pesar de su exigüidad, constituía hasta hoy el último salvavidas de los restos del naufragio económico español.
(*) Analista económico y geopolítico
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