Si los precios de un conjunto de bienes aumentan, por poner un ejemplo, de un promedio de 100 a un precio promedio de 120, entonces estamos en presencia, obviamente, de un incremento de precios. Pero estos, después de ese salto, se estabilizan en 120, y no siguen creciendo, entonces no estamos en presencia de un proceso inflacionario. Para que suceda esto último es necesario que las causas de ese primer incremento de precios se mantengan o se reproduzcan, con lo cual los precios van escalando de un nivel a otro superior, en forma sostenida en el tiempo.
Si los precios pasan de 100 a 120, pero se estabilizan en este último nivel, entonces no es que todo vuelva a la normalidad y aquí no haya pasado nada. No. Ha cambiado el sistema de precios. Ha cambiado la relación de precios entre los bienes que fueron protagonistas de ese incremento de 20 % y los bienes que sufrieron alzas menores. Algunos bienes se hicieron más caros en términos relativos que otros. Los cambios en el sistema o en la relación de precios se traduce de mediano a largo plazo en cambios en la estructura productiva, pues los incentivos para cada tipo de producción se han modificado. Esto se traducirá en cambios en las ventajas comparativas y competitivas con que cada país se integre a los mercados internacionales.
Ya es suficientemente conocido que la energía y los alimentos han subido de precios en el mercado internacional en transcurso de este año y también del anterior, llegando en Estados Unidos, en la Unión Europea y en otras zonas económicas del mundo contemporáneo a niveles que no se conocían desde hace décadas. Esto lleva a que una economía tan abierta como la chilena se vea enfrentada a un shock de precios. Todas las importaciones, que en Chile abarcan todos los sectores de la economía – solo nos falta importar cobre – subirán de precios, o, en otras palabras, llegarán a nuestras fronteras con valores un 7% más altos – o quizás más – que los que presentaban el año anterior. ¿Significa eso que estamos en presencia de un proceso inflacionario? No necesariamente. Todo depende de lo que suceda con la guerra entre Rusia y Ucrania, de cómo evolucionen las secuelas del COVID, y de cuanto demore el mundo en estabilizarse y adecuarse a los nuevos niveles y canales de producción y de comercialización.
Si la guerra termina pronto, si Rusia y Ucrania vuelven a enviar a los mercados internacionales las cantidades de cereales, de fertilizantes, de gas y de petróleo de antes de la guerra, puede que todo vuelva la normalidad y que incluso los precios vuelvan a sus niveles anteriores, una vez que se normalicen los procesos de producción y de comercialización. Pero para que todo eso suceda, que es la hipótesis más optimista, hacen falta 1 o 2 años por menos.
Pero si la guerra se prolonga, si los mercados se caotizan, si sigue cayendo la producción de muchos bienes esenciales, si unas economías bloquean o boicotean la producción de otras, si las lealtades con uno u otro de los contendores definen los accesos a los mercados, entonces el proceso de incremento de los precios se prolongará, y cada año los bienes importados llegarán con precios superiores a las fronteras chilenas.
Si esto último sucede, la inflación importada será un dato para la economía chilena. Será un dato exógeno para los productores y consumidores chilenos. Se podrá combatir sus consecuencias, pero no sus causas, pues éstas quedan fuera del campo de acción de las autoridades políticas y económicas del país. Habrá que acostumbrarse a sufrir una inflación cercana al 10 %, y tratar de subsanar los efectos que eso causa en los ingresos de los sectores más vulnerables por la vía de subsidios a los ingresos respectivos. Es muy difícil en estas circunstancias implementar controles generalizados de precios, ni subvenciones a los importadores, ni vender dólares baratos para algunos bienes, pero no para otros. Esas medidas suelen ser difíciles de aplicar y fáciles de violar, no son justas en materia de justicia distributiva, y es altamente probable que sean perjudiciales en términos de no incrementar – o incluso lleven abiertamente a disminuir – la producción interna.
Pero si se acepta que la causa fundamental de la inflación son esas circunstancias externas, no se saca nada con seguir tratando de combatirla por vía de la mera reducción de la demanda interna. Eso puede que genere recesión, pero no detendrá la inflación. Habrá recesión con inflación. Podría, en un caso extremo, reducirse a cero la demanda interna, y la inflación seguiría presente, si sus causas radican en la caotización de los mercados internacionales.
A mediano y largo plazo, es imprescindible llevar adelante políticas económicas que incrementen la producción y la productividad interna, sobre todo en el rubro alimentos. Parece que la producción de petróleo no es posible de aumentar por las condiciones geológicas del país. Pero aumentar la producción de muchos de aquellos productos alimenticios que hoy en día se importan, sí que es posible. Pero para llevar adelante esa sustitución de importaciones no basta con dejar que el mercado haga su tarea. Es necesario que la política de incremento de la producción agropecuaria se convierta en política de gobierno, e incluso en política de estado. Producir más trigo, más hortalizas y más leguminosas, sería una buena política nacional para combatir la inflación, para aumentar la soberanía alimentaria, para ahorrar dólares y para potenciar nuevos actores sociales en el campo, que no sean meramente los ligados a la agroexportación.