La Agricultura, el eslabón más débil del modelo chileno.

La estrategia nacional de desarrollo llevada adelante durante los últimos 30 años – formulada en forma explícita o meramente llevada adelante con pragmatismo – ha consistido en vincularnos con el mundo por la vía de vender productos primarios de variada naturaleza – desde cobre hasta salmón – e importar una amplia canasta de bienes de inversión y de consumo, suntuarios o de demanda masiva y popular.

Esa estrategia, -que por lo demás no es nueva en la historia del país – permitió, entre otras cosas, aumentar las exportaciones y las importaciones, aumentar el gasto público, aumentar el gasto social y disminuir la pobreza. También, como no todo es bueno, implicó la disminución, en términos relativos y absolutos del sector industrial manufacturero. Pero, se vea con simpatía o con criticismo el pasado, cabe discutir en la presente encrucijada del país si es deseable y/o posible continuar en la misma senda. Y, puestas así las cosas, tenemos que ver obligatoriamente lo que está sucediendo fuera de nuestras fronteras. 

El apoyo al libre comercio internacional, con que se cerró el siglo XX y se inauguró el siglo XXI pierde hoy en día peso en las corrientes actuales del pensamiento, de la política y del comercio internacional. Hay fuertes tendencias y manifestaciones a favor del proteccionismo y a posibilitar o denegarse unos a otros el acceso a los mercados por razones políticas o geoestratégicas. Se modifican las cadenas de valor para acercar los diferentes eslabones de la misma y se subordina la economía y el comercio internacional a los conflictos armados o políticos existentes entre los Estados. Abundan los bloqueos o cierres arbitrarios de ciertos mercados a las mercancías provenientes de otros. La competencia y la división internacional del trabajo se determina hoy en día no por la apertura y libre funcionamiento de los mercados sino por las decisiones de los países poderosos respecto a sus respectivas estrategias de desarrollo nacional. Se hacen presentes en forma creciente, en países que son actores importantes del comercio internacional, políticas de subsidios a la producción interna y de sustitución de importaciones. 

La hermosa utopía de un mercado mundial unificado, con todo tipo de países participantes, aceptando todos las mismas reglas del juego, ha sido reemplazada por la cruda realidad de una guerra no declarada por el poder mundial, en la cual todo vale.

Todas estas tendencias llevan a que decrezca la tasa de crecimiento del comercio internacional, y también de la producción de muchos países relevantes en el mismo.

En este contexto turbulento e impredecible, ¿cómo quedan las exportaciones chilenas?

La producción y exportación de cobre- y posiblemente de litio y de hidrógeno verde, si llegamos a ese punto – probablemente tendrán una elevada demanda internacional, aun en las peores hipótesis que podamos imaginar respecto a las transformaciones de la política y del comercio internacional. Las transformaciones tecnológicas que están en curso permiten ser optimistas al respecto.  

Pero con la producción y exportación agrícola, pecuaria, pesquera y silvícolas las cosas son diferentes.  La expansión de la producción de dichos productos ha sido posible tanto por su demanda internacional creciente, como por el hecho histórico de que en el campo chileno se había puesto fin, mediante la reforma agraria, al latifundio y al inquilinaje, y se abrieron las posibilidades de una estructura de la producción más apta para el desarrollo mercantil de los productos y de la mano de obra.

Pero la demanda internacional de productos que no tienen relación directa con la estrategia de poder de los países en pugna, está en función de la estabilidad y el crecimiento del mercado internacional.  Los países en guerra abierta o encubierta, pueden reducir o incluso prescindir con facilidad de las importaciones de frutas y centrarse en la importación de bienes más vitales para la estrategia de competencia y de poder de cada uno. Y las uvas, las manzanas, las cerezas o los arándanos no son parte de esas prioridades. Si nuestros actuales compradores, por una u otra de las razones que ya hemos mencionado, reducen su demanda y su consumo de esos bienes, en un 10%, por poner un ejemplo, eso puede significar la reducción de nuestras exportaciones en un 30 % o más. Y eso implicaría un colapso de alta significación para gruesa parte de la producción del valle central del país, con las consiguientes consecuencias productivas, laborales, sociales o migratorias, todo lo cual obligaría a cambios en la utilización y poblamiento del territorio.

Pero no todo es malo en este panorama. La experiencia nuestra o ajena presenta casos interesantes de cómo la crisis de ciertas modalidades de vinculación con el comercio internacional, han llevado a los países a recuperar grados importantes de libertad y de soberanía para reformar sus estructuras productivas, aun cuando todo ello tenga, al menos inicialmente, costos no despreciables.  Eso pasó en la década de los 30. Pero ahora, igual como en esos tiempos, los cambios no serán solo productivos, sino que, también, necesariamente, cambios políticos.