LA INVERSIÓN EXTRANJERA DIRECTA.

La Comisión Económica para América Latina, CEPAL – que es un organismo que forma parte de la estructura de Naciones Unidas – acaba de publicar su informe anual sobre el estado de la inversión extranjera directa en el mundo y en América Latina, con datos hasta el año 2021 inclusive.  De este informe cabe destacar una serie de elementos de alto interés

En primer lugar, se pone de relieve que en el año 2021 la inversión extranjera directa, IED, recibida por los diferentes países de América Latina y el Caribe, ALC, aumentó con relación al año 2020, que fue un año en que los efectos de la pandemia se hicieron notar con mayor fuerza en toda la economía mundial. En efecto, en el 2021 ese monto de IED recibida por la región fue de 142.994 millones de dólares. El año anterior, esa cifra alcanzó apenas a 101.486 millones de dólares, y en el 2019, el año previo al inicio de la pandemia, esa variable mostró un nivel de 157.689 millones de dólares. En el año 2018 la cifra fue mayor a todas las anteriormente mencionadas, alcanzando una cifra de 175.632 millones de dólares. Por lo tanto, es evidente que la IED ha logrado superar los niveles del año inmediatamente anterior, pero no ha logrado recuperar todavía los niveles anteriores a la pandemia.

Chile, presenta tendencias no exactamente iguales a las que presenta el conjunto de ALC, en lo que respecta a la IED.  En el año 2021 la IED alcanzó a 15.252 millones de dólares, lo cual efectivamente fue superior a los 9.205 millones de dólares recibidos durante el año inmediatamente anterior. Hasta allí la situación es similar a la de ALC. Pero la diferencia más importante es que en el 2019 esa variable presentó en Chile un nivel de 13.579 millones de dólares, lo cual implica que en el año 2021 se superaron no solo los niveles alcanzados en el 2020, sino también los montos de los tres años anteriores.

Efectivamente en los años 2016, 2017 y 2018 la IED recibida por el país alcanzó niveles muy bajos: 11.363 millones de dólares en el 2016; bajando a 5.237 millones de dólares en el 2017 y subiendo posteriormente a 7.943 millones de dólares en el 2018. En el año 2015, en cambio la cifra fue de 17.766 millones de dólares, cifra todavía no alcanzada en ninguno de los años siguientes. 

Según la teoría económica convencional la IED es una variable que permite incrementar la inversión dentro de un país receptor, en la medida que complementa el nivel de ahorro interno que se pueda generar a partir de las decisiones de ahorro de los agentes económicos internos.  Además, se supone que la IED contribuye a cerrar los déficits que se presentan en la cuenta corriente de la balanza de pagos. En otras palabras, esto último significa que cuando los gastos son mayores que los ingresos, y se genera un déficit, éste se puede cubrir con lo que entra al país por la vía de la IED, además de que también existe la posibilidad de recurrir para ello a la deuda externa, o a la utilización de las reservas con que cuente el país. Por todo ello, cada país debería incentivar tanto como pueda a que llegue la mayor cantidad posible de IED a su territorio.

Sin embargo, los datos cuantitativos que hemos señalado en los párrafos anteriores muestran claramente la alta variabilidad o volatilidad que caracteriza a la IED, lo cual impide que los países puedan planificar, en base a ella, sus gastos, sus ingresos y sus procesos de inversión y de crecimiento. Si de la IED dependiera, la economía de nuestros países pasaría dando saltos hacia atrás y hacia adelante.

Además, está presente el hecho de que la IED representa un porcentaje cada vez menor del PIB mundial – 1.8 % del PIB mundial en el 2019 y 1.2 % en el 2020 – y la mayor parte de esos volúmenes se dirigen hacia los propios países desarrollados, todo lo cual pone de relieve que no es una variable que esté directamente relacionada con el crecimiento de las economías en desarrollo.

Finamente, en esta breve reflexión sobre la IED, es importante subrayar que tratándose de una variable intrínsecamente exógena, que no depende de las decisiones de las economías en desarrollo, sino de las contingencias del sistema financiero internacional, es difícil de canalizar hacia sectores estratégicos de las economías internas, que necesitan precisamente fomentar procesos endógenos y sustentables de desarrollo.