Tópicos como economía de mercado y capitalismo se encuentran ausentes en la reflexión y práctica de los actores colectivos del país. Su razonamiento y aristas políticas se dejan para que sean abordadas en los recintos académicos y foros de intelectuales.
Diversas razones se conjugan para explicar esta circunstancia. Por un lado, históricamente este liderazgo ha cabalgado sobre ideas de sesgo socialistas. De hecho, casi la totalidad de los partidos políticos en el país han asumido posturas de este tenor. Desde luego, en el marco de esta militancia, los grados de convicción son disímiles. El PSUV, por ejemplo, gravita en un polo de socialismo dieciochesco; el MAS, por el contrario, ha intentado formular una vía socialista democrática, al estilo europeo. Acción Democrática, por su parte, se percibe como social demócrata; la democracia cristiana sufre una crisis de identidad que la lleva a denominarse partido popular, sin abandonar su vocación socialista y cristiana. Las otras agrupaciones políticas, navegan en este mar donde el estatismo y asistencialismo constituyen sus marcas predominantes.
Paradójicamente, a pesar de esta unanimidad y la presencia de un gobierno que se declara socialista, tan sólo el 1,6% del PIB es causado por formas de relación económicas no capitalista. Este contrasentido con sentido abrumó, con su lógica, a los intelectuales que debatieron este tema recientemente en la sede del Centro Internacional Miranda.
¿Cómo explicar esta contrariedad? Veamos. En un extremo, un estado que se proclama socialista, un liderazgo oficialista y de oposición que comparte, en diversos grados esta visión y, en el otro, una cultura compenetrada con valores asociados a la economía de mercado y al concepto de libertad, coligado al libre ejercicio de iniciativas individuales y empresariales.
El primer polo de esta ecuación, se encuentra relacionado con la abrumadora presencia del petróleo en la economía venezolana y la “urgencia” de apropiarse de la renta que procede de la explotación de este mineral. En consecuencia, el núcleo de esta contrariedad se ubica, por un lado, en la presencia de un estado que socializa esta renta y, por el otro, en la circunstancia que ésta se deriva de una actividad económica de neto corte capitalista. Esta dualidad “perversa” cuenta a la hora de explicar las dificultades que hemos venido confrontando a lo largo de la última década. Tener presente esta característica es vital en el campo de la lucha política.
En otras palabras, lo que está en juego, no es la simple sustitución de un liderazgo por otro. La médula del asunto reside en la formulación e implantación de un nuevo dispositivo político y cultural, que sustituya el que ha estado vigente a lo largo del siglo pasado hasta el presente. El asistencialismo y estatismo deben ser desquebrajado. Sólo así se podrá colocar las instituciones estatales en sintonía con lo que efectivamente sucede, en el abigarrado mundo de lo real existente. Socialismo rentista y economía de mercado resultan incompatibles.
La tarea para un nuevo liderazgo es sencilla y compleja a la vez: transformar este dilema en sentido común y construir una nueva hegemonía que permita reconciliar a la sociedad política con la sociedad civil.
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