En su última alocución, el Jefe del Estado dictó cátedra sobre marxismo y otras reliquias de la etnopolítica del siglo pasado. Aparentemente, nutrió este discurso con los “conocimientos” que proporcionan dos de los “tótem” más representativos de la arqueología discursiva del marxismo: el Materialismo Histórico de Konstantinov y su Manual de Economía Política. Ambos, textos oficiales de la Academia de Ciencias de la antigua URSS.
Bajo esta orientación, su conclusión fue obvia: inexorablemente las relaciones de producción capitalistas serán sustituidas por las de signo socialista. La inevitabilidad de esta transformación obedecería a una contradicción insalvable: el carácter social de la producción y el mantenimiento de la propiedad privada. De esta relación antagónica, se derivan todos los otros conflictos que atraviesa la sociedad capitalista. De ahí, la necesidad de abolir la propiedad privada sobre los medios de producción y la imagen del rico, como un animal con forma humana
Lo que era impensable, unos años atrás, hoy se encuentra en pleno desarrollo. Ante la mirada pasiva de la población, el Gobierno conduce al país aceleradamente a un viaje catastrófico hacia el pasado. Un “salto atrás” del cual comienza a sentirse sus consecuencias desastrosas.
Sin embargo, no todo se encuentra perdido. Veamos: este intento de retorno a la “edad de piedra” de la política pudiera tener efectos positivos. Primero, se liquidaría de una vez el proyecto de país que se desarrolló a lo largo del siglo XX y, cuyo agotamiento, creó las condiciones que facilitaron este experimento de revivir reliquias políticas del pasado. Segundo, se recrearían las condiciones para la elaboración de un relato que tenga como objetivo, el empequeñecimiento del Estado y el protagonismo ciudadano. Tercero, se abriría la posibilidad para la emergencia de nuevos sujetos y liderazgos, que releven a los que se han mostrado incapaces de construir una alternativa creíble que sustituya y cancele esta pulsión restauradora.
Algunas acciones concretas apuntan en esa dirección. Por ejemplo, la decisión del Gobernador de Miranda, Henrique Capriles Radonski, de entregar los ambulatorios a los consejos comunales; es un gesto que, trasformado en política general, pudiera constituir el punto de partida para la construcción de un nuevo proyecto de país. En otro escenario, el Alcalde Metropolitano, Antonio Ledesma, tiene una oportunidad. Su reto es doble: por un lado, inventar una gestión que prescinda del sector público y, por el otro, contrastarla con la de Jacqueline Farías, Jefa de Gobierno del Distrito Federal. Tarea, por lo demás, nada fácil.
En fin, por primera vez en nuestra historia, vocablos como sociedad civil, protagonismo ciudadano, autonomías políticas, inclusión y participación en lo asuntos públicos, poseen un significado concreto. Estos términos se recortan como diferencia y alternativa de la concepción “dinosaúrica” que prevalece en el manejo de los asuntos públicos.
¿Qué hacer? Esta pregunta leninista tiene una respuesta coyuntural: evitar este retorno a la “edad de piedra” y gestar el salto cualitativo necesario para edificar la nueva modernidad que requiere la profundización de nuestra cultura democrática.
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