¿Cómo caracterizar el proceso de transición política que se avecina en el país? ¿Cuál ha de ser su carácter? ¿Continuidad con el pasado? ¿Ruptura con el presente? ¿Esta disyuntiva como se expresará en las elecciones presidenciales? En fin, ¿qué dilemas tendrá que afrontar el mandatario que sustituirá a Hugo Rafael Chávez? Preguntas sustantivas. Sin duda alguna, las repuestas proporcionarán el fundamento donde descansará la estrategia política que definirá el futuro de la vida política en el país.
Exploremos una de estas alternativas, la referida a las elecciones presidenciales. Esta votación, por ejemplo, no debe ser asumida en términos estrictamente electorales. Lo es su envoltura, pero no su contenido. Éste (el contenido) debe traducir una oferta que responda acertadamente las anteriores interrogantes. En otras palabras, esta contienda no debe expresarse únicamente a través de medios y contenidos tradicionales. Es imprescindible añadir un sesgo agónico, una disyunción exclusiva que coloque esta elección como una escogencia entre un pasado pleno de fracasos y un futuro visto como profundización de los logros democráticos. Las peticiones y protestas reivindicativas (inseguridad, pobreza, salud, vivienda, salarios, etc.) deberían ser alineadas de tal forma, que cada una de ellas exprese una única demanda política: la sustitución del régimen y la profundización de la democracia. En corto, el peticionario reivindicativo no necesariamente transmutará su contenido en un antagonismo liberador, que cuestione el orden político dominante. Para que esto suceda, se requiere de una acertada caracterización de la coyuntura; y, desde luego, de la intervención política consecuente.
Ilustremos lo anterior con un breve ejemplo histórico. A la muerte del General Juan Vicente Gómez, grupos de jóvenes emergentes debatieron y se preguntaron en torno al carácter de la transición política en la Venezuela post gomecista. Los de vocación marxista, tipificaron esta coyuntura, como punto de partida para la puesta en práctica de una revolución anti feudal, anti imperialista y socialista. Los social demócratas, por el contrario, enfatizaron el carácter democrático de esta transición. Consideraron que la solución a los problemas endémicos de nuestra sociedad pasaba por la instauración de la democracia. El resultado de esta polémica la conocemos. La repuesta acertada dio como resultante, la construcción del dispositivo democrático que hegemonizó la vida política del país, a lo largo de la segunda mitad del siglo pasado.
La historia se repite. Hoy, al igual que ayer, los náufragos de siempre pretenden caracterizar esta coyuntura como la transición hacia un Estado Comunal y Socialista. Frente este arcaísmo es necesario oponer una nueva agenda política: la democracia de las autonomías políticas. Es esta lucha la que definirá el carácter de la transición política. Las ofertas electorales con prescindencia de esta consideración, corren el riesgo de ser percibidas como restauración del pasado. Más de lo mismo. Lo apropiado, a mi juicio, sería ubicar el programa electoral dentro de esta óptica. En otras palabras, un proyecto de país que propicie su descentralización y lo conduzca hacia la consolidación de las autonomías regionales.
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