Desde luego, los objetivos de las empresas tradicionales son muy distintos a la de la universidad, pero ambas requieren de fundamentos de administración que les permitan garantizar resultados que favorezcan su comportamiento, misión a cumplir. No cabe la menor duda que las universidades necesitan de sistemas administrativos bien definidos, adecuados a los objetivos que tiene que cumplir; para ello debe contar con autoridades que tengan bien claro y sepan usar los fundamentos administrativos y herramientas básicas, que le favorezcan en el ejercicio de sus funciones.
En un escrito sobre este tema, Eduardo Ibarra Colado, señala, que la empresarialización ha alcanzado a la universidad. Ella deberá transformarse paulatinamente en el “Campus, Inc.” que reclama el desarrollo económico y comercial de las naciones en el contexto de la globalización; agrega que los rectores deben gobernar a la universidad como si fuera una gran empresa, utilizando todo el herramental técnico que les proporciona la gestión de los negocios, para alcanzar la mayor eficiencia y productividad y, en consecuencia, para posicionarse adecuadamente en los mercados globales del conocimiento.
No se debe descuidar que la producción y socialización del conocimiento se fundamenta en muy altos niveles de calificación, y en una organización colegiada que encuentra su razón de ser, en la producción de resultados conjuntos que, de otra manera, no se generarían. Además, sus resultados son difíciles de valorar en el corto plazo y, a través de indicadores cuantitativos que den cuenta de sus costos y beneficios, pues ellos representan intangibles cuyo valor se puede apreciar sólo en plazos largos y al margen de una causalidad directa o evidente.
Justamente, destaca Ibarra, al aplicar la gestión de los negocios al manejo de la universidad, se la equipara con la empresa, con lo que sus funciones sustantivas comienzan a ser tratadas como tareas estandarizadas y el conocimiento como un recurso valioso, sólo en la medida en la que demuestra su utilidad práctica en el menor plazo posible; los funcionarios y rectores que así piensan, desdibujan la complejidad de la universidad hasta reducirla a simple fábrica de conocimientos, operada mediante tecnologías administrativas, que subordinan sus funciones a las exigencias del mercado y la ganancia.
Es en este contexto, en el que ha ido adquiriendo cada vez mayor importancia el estudio de la universidad como “organización” y el papel de la gestión de los negocios en el manejo de cada una de sus funciones y tareas, se ha suscitado en años recientes, un fuerte debate sobre los efectos que esta transformación supone para la universidad, sus comunidades y la sociedad. Lo que se cuestiona, no es tanto el uso de las técnicas administrativas en sí mismo, como la aceptación de sus criterios de eficiencia y productividad, al operar la universidad como si fuera una empresa ya redefinidas su naturaleza, finalidades y organización. Para plantearlo en otros términos, el debate en torno a la empresarialización de la universidad, supone cuando menos una triple disputa de la que depende el control y apropiación del conocimiento. Nos referimos a la disputa sobre la identidad de la universidad, como institución social o como organización mercantil; a la disputa sobre la determinación de la naturaleza de las funciones de la universidad como bienes públicos inalienables o como servicios susceptibles de apropiación privada; y, finalmente, a la disputa sobre los modos de organización de la universidad como comunidad de conocimiento o como corporación burocrática.
Comenta Ibarra, además, que no se puede dudar que tenemos una nueva universidad que funciona cada vez más como una empresa, cumpliendo con trámites y evaluaciones de todo tipo, que la conducen por los senderos del control.
Poco importa la altísima prioridad que se le otorga como clave para el desarrollo nacional en los discursos de gobernantes y políticos, si a ella se destinan magros presupuestos y todo se le regatea; poco importa si ella impacta la existencia de millones de mexicanos que la ven pasar de lejos, si ella atiende puntualmente las necesidades de las corporaciones en su carrera desenfrenada por la ganancia. Porque, finalmente, la empresarialización de la universidad, al margen del reconocimiento de los intereses de la nación, ha intentado desarticular tejidos sociales para someter el conocimiento al poder de los mercados, facilitando su apropiación.
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