La verruga en la torta: Carta a mis asesinos

(*) Luis M. Navarro D. – “Quizás mi nombre a muchos ya no les diga nada. En vida me llamé Noelia Lorenzo Parada. Al morir, contaba con 9 añitos. Me alistaba, como todas las mañanas, para asistir a mi escuela, el Colegio Teresiano de la Castellana, en Caracas. Ya me había colocado mi media blanquita en el pie derecho y cuando estaba a punto de calzarme la otra, todo oscureció…

El reloj marcaba las 5:10 am del 4 de febrero de 1992, cuando la bala de FAL, disparada por un golpista desde el Museo Militar, atravesó la pared del humilde apartamento en el que vivía, en la avenida Sucre, con mis dos hermanas y padres, de origen uruguayo, quienes, que ironía, huyeron de la persecución y la dictadura militar en su país.

El proyectil destruyó mi cabecita y acabó con todos mis sueños y con los de mis progenitores, quienes desde entonces no han tenido sosiego. Saben, yo quise ser una gran concertista. Mis maestros, en el Sistema Nacional Juvenil de Orquesta, admiraban como interpretaba el violonchelo y leía el pentagrama.

Hoy tendría 29 años, seguramente ya me hubiera graduado de veterinaria. Nunca he olvidado a mi conejito “Terry”, al que tenía en una cajita. Con mis hermanas nos peleábamos por cuidarlo y mimarlo. Ese día volaron en pedazos no sólo mis ilusiones, también las de 12 civiles más, entre ellos los vigilantes del canal 8, José Manuel Vega Caballero y Guillermo Rueda. A veces me los encuentro aquí donde estamos. Jugamos a “hacer televisión” y, bueno, montamos un pocotón de programas…infantiles, de paz, amor, valores, fe, esperanza, libertad, justicia y perdón.

Sí, de perdón, porque hace ya muchísimo, con la gracia de Dios, perdoné a mis asesinos. Así como también lo han hecho los siete funcionarios policiales y 19 efectivos militares que también cayeron muertos por la metralla de unos insurgentes sedientos de sangre y poder. Por mucho que han intentado tergiversar y borrar la memoria histórica, la de antaño y la contemporánea, observo que la ética que me enseñaron mis padres y en la escuela, la moral, los valores y recuerdos, siguen intactos en un país indomable.

Eso, a pesar de los abanicos de dólares con el que intentan ocultar la verdadera cara del hombre y la mujer nueva hecha en socialismo. A pesar de armar e ideologizar a niños y niñas bajo el disfraz de la muerte. A pesar de los falsificados mea culpa por condenar lo que ellos mismos han sembrado y de los postizos anuncios de investigar y condenar a quien –Valentín Santana- con dos órdenes de captura se pasea por los patios de Misia Jacinta, desde donde lanza a la sociedad no una Piedrita sino un escupitajo. A pesar de todo y de ellos, la verdad aún sigue resplandeciendo.

Pasado mañana, en medio de la fastuosidad y el boato militarista; al compás del paroxismo bélico, del crujir de las orugas de los tanques de guerra, del estruendo de los Sukhois, de la intimidación de los Kalasnikov, del trepidar tenebroso de las botas contra el asfalto, de la incontenible verborrea y las atosigantes cadenas; mi espíritu, junto con el de mis compañeros caídos en tan infausta fecha, será la impronta que flotará sobre el ambiente de la planicie donde marcha la comparsa. Sobrevolaré con la fuerza de la felicidad y la libertad el campo de guerra, donde constataré una vez más que por mucha propaganda goebbeliana la mentira no se impone.

Este sábado, tras las relucientes bayonetas y la viscosidad de la sangre, mi recuerdo pesará sobre la conciencia de mis verdugos y mi rostro brillará trayendo a la imperecedera memoria colectiva democrática lo que siempre se ha querido ocultar”.

(*) Consultor en Gerencia de Imagen, Comunicación Integral y Recursos Humanos (CNP 5579)

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