La verruga en la torta: La Primavera Venezolana

Luis M. Navarro D (*) – Guardando las distancias con el demonio de la violencia –gracias a Dios-, luego del 12 de febrero la nación vive lo que he dado en denominar la Primavera Venezolana, cuya mejor forma de manifestarse ha sido el florecimiento natural y espontáneo del sentimiento libertario y democrático, enraizado y cultivado en la psiquis y el sentir de la mayoría de los venezolanos.

El despertar de ese talante, que siempre estuvo allí, dormido, esperando la mejor oportunidad para sacudirse, se exteriorizó con el vencimiento definitivo del miedo, ante la posibilidad cierta –concreta y amenazante- de coacción, en todas sus manifestaciones, tanto fácticas como simbólicas, por parte de un poder que, escudado en la retórica izquierdista, no es más que puro fascismo adaptado a estos tiempos.

Tal como sucedió luego de los sangrientos sucesos en el Magreb y el Oriente Medio, después de la gran jornada del domingo pasado, la Primavera Venezolana marca un nuevo amanecer, renovando esperanzas y apuntando a un mejor porvenir para la patria y todos sus hijos, empinándose con dolor sobre los que quieren imponerse a sangre y fuego.

La votación alcanzada por las fuerzas del cambio, que en su conjunto dieron una victoria inobjetable y contundente a Henrique Capriles Radonski, se convirtió en un cataclismo en los cimientos de las fuerzas retrógradas que intentan perpetuarse en el poder, bajo el harapiento ropaje de la imprescindibilidad de quien se cree predestinado a seguir hundiendo a la Nación.

En el artículo pasado afirmé que los regímenes neototalitarios, militaristas y caudillistas no hay nada a lo que le teman más que al estruendo de un voto depositado en una urna.

Pero cuando se trata de más de tres millones de votos, en sólo unas elecciones primarias para escoger un candidato presidencial, uno entiende –que no justifica- las balbuceantes teorías del exrector del Consejo Nacional Electoral (CNE), Jorge Rodríguez, intentando explicar que sólo fue una “sensación” de ejercicio democrático por parte de los millones de electores que, con valentía, dignidad y moral, salimos a sufragar buscando una salida, en paz y en democracia, para el descalabro en que se encuentra sumida nuestra adolorida Venezuela.

Los corifeos, que usurpan el ejercicio del poder para su usufructo, intentan convertirnos en fantasmagóricos electores que deambulamos un domingo de urna en urna, lo que nos insufla mayor energía y valor a quienes estamos dispuestos, y sobre todo convencidos, de no entregarle la patria a un grupo de facinerosos cuyo objetivo principal es enriquecerse a nombre del pueblo y sus penurias.

El reto que tenemos por delante es ciclópeo. Enfrentamos a una hiedra de mil cabezas, insaciable, dispuesta a tragarse hasta el último centavo del erario público para atosigarnos en una campaña totalmente desigual, en la que el encantador de serpientes buscará, una vez más, inocular su venenoso populismo entre las capas de la población más propensas a ser atacadas.

Es por eso que en esta Primavera Venezolana todos debemos ser y somos Capriles Radonski, con una sola consigna y una sola meta: rescatar al país de las garras rojas. El reto es enorme, el compromiso ineludible de cara a un futuro promisorio para nuestros hijos y nietos.

Hay un camino para desterrar, definitivamente, las prácticas de amedrentamiento y persecución como el que intenta el poder, a través del sumiso Tribunal Supremo de Justicia, en contra de un proceso electoral que, sin duda, fue más que brillante.

Direcciones-E: [email protected] / Twitter: @lmnavarrod

(*) Consultor en Gerencia de Imagen, Comunicación Integral y Recursos Humanos (CNP 5579)