Los Estudiantes Chilenos y el Debate Educacional en América Latina (I)

Una de las críticas más fuertes es que el sistema educativo del país sureño sirve como un mecanismo de reproducción de la estructura social, sin promover el ascenso.

Las masivas protestas y manifestaciones estudiantiles que se han hecho presentes en Chile, se han sostenido durante más de tres meses, se han extendido a todo el territorio nacional, y han movilizado a los estudiantes tanto de educación media como superior. Han generado, además, un poder de convocatoria que trasciende las fronteras estudiantiles, abarcando a profesores y a la propia Central Unitaria de Trabajadores, que es la más importante central sindical del país. Estas manifestaciones han tenido buena prensa en todo el continente, el cual ha visto con simpatía la irrupción de una fuerza social fresca y renovada, que prácticamente ha jaqueado a un Gobierno de derecha.

Sin embargo, más allá de los aspectos incidentales de esa situación, no todos los que siguen con interés y con simpatía la evolución de este conflicto, tienen la cantidad suficiente de antecedentes e informaciones que permitan colocarlo en un contexto más amplio.

El Sistema Educacional chileno se caracteriza por estar constituido por subsectores o estamentos que, en alta medida, se corresponden con la estructura social del país. Si tomamos sólo la educación parvularia, básica y media, podemos decir que hay cinco subsectores claramente identificables. Por un lado, la educación particular pagada, sin subvención del Estado, constituida por colegios o liceos que exigen pago de matrícula y mensualidad, que tienen fines de lucro, y que son altamente selectivos en la recepción de sus alumnos. Existe también la educación particular subvencionada por el Estado, donde se cobra matricula y/o mensualidad para complementar el aporte estatal. También existe la educación particular subvencionada por el Estado, donde no se cobra matrícula ni mensualidad. Existe, finalmente, la educación municipalizada, donde la educación es gratuita. En este último segmento hay, a su vez, escuelas y liceos dependientes de municipios pobres y de municipios ricos.

Como la educación se considera una mercancía, se asume que cada padre tiene la posibilidad de comprar en el mercado la educación que quiera o que pueda para sus hijos. Obviamente, esa capacidad de compra está condicionada por el ingreso familiar. Los alumnos provenientes de los sectores de altos ingresos -que pueden pagar una educación en colegios caros y elitescos- se encontrarán en el salón de clases con sus iguales, no con los hijos de las familias de escasos recursos, los cuales irán en su mayoría a la educación gratuita municipalizada, o a alguna de las diversas modalidades de la educación privada subvencionada. La diferenciación social se traduce, por lo tanto, desde la educación básica en adelante, en diferenciación en cuanto a la escuela a la cual cada uno asiste, en diferenciación en cuanto el origen social de sus compañeros de estudio y en diferenciación en cuanto a la calidad de la enseñanza que cada uno recibe. Eso genera en las etapas posteriores del proceso educativo, diferencias en cuanto a las posibilidades de entrar en las universidades -que también cobran elevadas matriculas y seleccionan a sus alumnos de acuerdo a los antecedentes escolares generados en la educación media- y diferencias en la posibilidad de optar a los empleos mejor remunerados y de mayor significación social. La educación así estructurada, salvo escasas excepciones, no juega el rol que tradicionalmente se le ha asignado en América Latina, de mecanismo de ascenso social, sino que juega un rol exactamente contrario, a aquel: se convierte en un mecanismo de reproducción de los beneficios y de la estructura social preexistente.

La crítica estudiantil y ciudadana a la situación planteada no apunta al problema de la cobertura educacional, que termina siendo elevada en el país -y que se soluciona en última instancia por la vía de mayor financiamiento-, sino al problema de la calidad y la equidad de la educación que se recibe, y al sentido último de ella en la sociedad chilena actual. Se trata, obviamente de problemas de fondo, que no son ajenos a muchos otros países de la región.

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