(Editorial del diario El Nacional del día 10 de enero de 2013) – Cuando el vicepresidente Nicolás Maduro calificó de una mera formalidad la toma de posesión del Presidente electo este 10 de enero, y que su presencia en el acto era irrelevante, le estaba diciendo al país que el Gobierno en pleno había decidido lanzar al basurero la Constitución y neutralizar de esa manera cualquier estorbo que impidiera al PSUV y sus aliados aferrarse sólidamente al poder en cualquier circunstancia.
Desde luego que en el plano nacional maniobras agresivas de este tipo tienen un altísimo costo pero aún, en el peor de los casos, siempre serían manejables por el Gobierno porque cuenta con una estructura férrea de control en todas las instancias legislativas, judiciales y militares, como lo ha demostrado hasta ahora.
De manera que, desde este punto de vista, el juego de poder orquestado en y desde La Habana se ha venido cumpliendo paso a paso, en una estrategia cerrada que no permite un solo error a riesgo de provocar el miedo y la confusión en sus propias filas.
De allí no solo la velocidad vertiginosa con la que han manejado la sucesión de los acontecimientos sino la agresividad implícita en cada movimiento y declaración pública. Al contrario de lo que se piensa la demostración de poder está dirigido más hacia sus propias fuerzas para así mantenerlas cohesionadas y evitar una desmoralización abrumadora cuando se anuncie (si así sucediera) la desaparición del caudillo.
Donde resulta endeble esta estrategia es en el plano internacional porque aquello que llama el canciller y vicepresidente Maduro “una simple formalidad” es un punto fundamental en las relaciones entre los Estados.
Las formalidades constituyen una parte esencial de las relaciones internacionales, y valdría la pena explicarle a Maduro que en la diplomacia la forma es fondo, y que cuando esto se evade, se irrespeta la esencia de la vida en sociedad y, más aun, cuando se trata de las relaciones con otros Estados. Por ello el Gobierno venezolano, que luce fuerte hacia adentro, se ve ahora debilitado, sin fuerzas e implorando ayudas de presidentes amigos.
El acatamiento a la Constitución es fundamental para cualquier sociedad que quiera sobrevivir sin conflictos, así como lo es en el ámbito internacional el cumplimiento de los tratados internacionales. El designado por el líder para sustituirlo en caso de su ausencia absoluta y de ganar las elecciones debería entender lo complejo de los tiempos que nos vienen por delante.
Su actitud de confrontación irracional con la oposición venezolana, alejada de un estilo conciliatorio y de constructor de consensos que debió aprender en su paso por la diplomacia, lo acerca más a los niveles de la politiquería que a los de estadista.
Los cubanos parecieran intuir que si bien se trata de un hombre alto, tiene poca altura política. Eso le conviene a La Habana. Lo quieren convertir en un buen burócrata y en un incondicional aliado.
Fuente: http://www.el-nacional.com/opinion/editorial/Mera-formalidad_19_115378463.html