De cómo el imperio soviético, dispensador de armas y petróleo, recibió comida de los hambrientos
ROBERTO GIUSTI | EL UNIVERSAL – martes 28 de enero de 2014 12:00 AM – La vida en el socialismo real, ese sistema que algún día debe culminar en una sociedad perfecta de igualdad total, metas supremas que nunca se materializan, es dura. Valgan algunos testimonios recogidos por este reportero durante su estancia en la para entonces agonizante Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (1990-1992).
Vasili, por ejemplo, aún pertenece al Partido Comunista pero ya no asiste a las reuniones de su célula y dejó de pagar la cuota de afiliación. Con 53 años, ya cerca de la jubilación, su sueldo como ingeniero sanitario (construcción de hospitales) no sobrepasa los 300 rublos, que, al cambio en el mercado negro, equivale, en ese momento, a US$12. Vasili comparte su apartamento de 60 metros cuadrados con catorce personas: esposa, hijos, yernos y nietos, pero se da por satisfecho. Muchos moscovitas aún se hacinan en las "comunalkas", viviendas colectivas donde media docena de familias comparten espacios comunes, servicios sanitarios y cocina.
La familia ve el noticiero de las nueve de la noche, Vremia, que ha logrado romper la censura férrea meses atrás. La noticia central es el envío de ayuda material desde los más insospechados rincones del mundo. De Inglaterra vienen donativos bajo la forma de cargamentos enlatados. Francia envía cereales a precios reducidos. Aparece en la pantalla un avión militar de EEUU del cual desembarcan 36 toneladas de víveres. De Israel traen verduras frescas en un aparato que regresa a Tel Aviv cargado de emigrantes judíos. Y cuando el locutor informa sobre un embarque de arroz Basmati, procedente de Pakistán, Vasili cambia de canal.
Pero la noticia sigue siendo la misma en la otra emisión: las autoridades han descubierto un lote de embutidos a punto de descomponerse y otro de papel toilette dentro de un vagón abandonado en la estación de trenes de Leningrado. También se reporta la detención de personas que vendían, por cinco dólares, paquetitos de galletes danesas llegadas bajo la forma de ayuda humanitaria.
Pero Vasili rompe el silencio, vence el miedo y habla claro: "Gorbachov era uno de quienes nos decían que el nuestro era el mejor país del mundo, que nosotros encarnábamos la vanguardia de la civilización y más temprano que tarde todos los países serían como la URSS. Ahora sabemos que ni siquiera podemos alimentarnos nosotros mismos. Que debemos tragarnos el orgullo y agradecer la caridad de antiguos enemigos. Los norteamericanos nos llenan el estómago y los alemanes acallan su remordimiento histórico con unas migajas que recibimos sin vergüenza. Pero el colmo es lo de Pakistán. La gran potencia que prodigaba su riqueza a costa del sacrificio de nuestro pueblo, regalaba tanques y cañones, repartía petróleo y hasta cereales, ahora inclina el lomo ante el Tercer Mundo y los hambrientos nos dan de comer".
Twitter: @rgiustia