SI EL DIAGNÓSTICO ES ERRADO LOS REMEDIOS TAMBIÉN LO SON

En el país – sobre todo en el contexto de los debates de la Convención Constituyente de Chile, pero no solo en esa instancia – se ha venido dando una larga discusión sobre las funciones del Banco Central.

 Hay algunos que son partidarios de mantener, a todo trance, todo tal como está, porque en última instancia se oponen a cualquier cosa que huela a cambio. Según ellos el país ha funcionado bien en los últimos 30 años, y cualquier modificación puede entorpecer esa brillante trayectoria. 

Hay otros, sin embargo, que ponen énfasis en factores más sofisticados. Asumen que debe haber contrapesos a las decisiones del ejecutivo – instancia direccional del país que ha sido elegida por elección universal, informada y secreta de todos los ciudadanos – de modo de no poner demasiadas herramientas de política económica en manos del Gobierno. Si el gobierno se equivoca, o está siguiendo un curso equivocado, allí está el Banco Central, con sus cinco consejeros a la cabeza, para enmendar esos entuertos. El gobierno puede equivocarse. Los cinco consejeros, no.

El gobierno puede tener intereses y objetivos políticos. Los consejeros del BC, en cambio, son impermeables a toda predica que provenga de esos lados. Pareciera que el BC se visualiza a sí mismo como un conjunto de hombres justos y sabios, alejados de las vicisitudes y condicionantes políticas y poseedores de la verdad absoluta en materia de teoría y política económica.

Armados de este tipo de concepciones, el BC asume que su única razón en la vida del país es luchar contra la inflación, haciendo uso de todas las herramientas de política monetaria que están en sus manos, sin importar mucho las consecuencias colaterales que ello pueda tener. Más aun, se asume que la lucha contra la inflación tiene como herramienta fundamental la reducción de la demanda agregada que impera en el país, pues la inflación es siempre una consecuencia del exceso de demanda por sobre la oferta. Por lo tanto, hay que reducir la demanda, y la herramienta más convencional para esos efectos es subir la tasa de política monetaria que permite incrementar las tasas de interés imperantes en el país y contribuye así a bajar la demanda, el consumo y la inversión.

En las actuales circunstancias que imperan en el país, caracterizada por la presencia de una fuerte inflación importada –alza de los alimentos, de los combustibles y de los fertilizantes, entre otros – que bien se puede estimar en un 7% u 8 % anual, es prácticamente imposible conseguir una meta de inflación interna en Chile de 3% o 4 % para el próximo año, a menos que se tengan datos muy secretos y fidedignos de que las fuerzas que han llevado a esa inflación mundial dejarán de estar presentes en el transcurso de los próximos meses. Si así fuera, la inflación contra la que habría que luchar sería solo la que tiene origen propiamente nacional. Podría, en esas circunstancias, tener sentido – aun cuando no necesariamente conveniencia – la política monetaria de luchar contra la inflación por la vía de reducir la demanda.  Pero si la inflación internacional no se reduce – y el Banco Central no puede hacer nada para reducirla – luchar a toda costa contra toda la inflación, con las herramientas convencionales, conduciría a no lograr la meta de inflación, pero si a alcanzar las metas de reducción de la demanda, del empleo, de la inversión y del consumo. Por lo tanto, el diagnóstico errado sobre el origen de la inflación puede tener consecuencias gravísimas para el país, en términos de menor crecimiento y de mayores niveles de hambre y desempleo.

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