Se dice que fue Diógenes, El “cínico”, el filósofo que se paseaba a plena luz del día por las polvorientas calles de Atenas con una lámpara encendida en la mano. Cuando alguno le preguntaba el porque de tal proceder, se limitaba a responderle: “ Estoy buscando un hombre honesto”. Si el famoso, sagaz y pintoresco griego hubiese vivido en el período del Benemérito Juan Vicente Gómez, de seguro se habría topado con la figura de un ser extraordinario, un personaje que cabía a la perfección en el concepto que tan irónicamente quería dibujar el discípulo del gran Antístenes. Precisamente honesto además de eficiente y talentoso era el Dr. Gumersindo Torres, ejemplo de ejemplos para todos los venezolanos de bien. La brillante biografía escrita por Eduardo Mayobre (Colección de EL NACIONAL) nos describe a un ser luminoso, un funcionario incorruptible y que defendió como muy pocos la soberanía nacional, fundamentalmente en materia petrolera. Esta defensa plasmada en leyes y en normativas produjo un benéfico efecto sobre los derechos venezolanos sobre la explotación de su recurso mayor. Fue tan valiosa y honrada su actuación que al momento de su muerte (1947), Rómulo Betancourt, a la sazón Presidente de la República se presentó de manera imprevista en su velorio, para rendirle un justo y sincero homenaje a esa su proba e integra forma de conducirse en el manejo de los dineros públicos. En una tierra donde campean los bribones, sobre todo al frente de instituciones del Estado, el Dr. Gumersindo Torres (nacido en Coro, Estado Falcón un 13 de enero de 1875) se hizo de una hoja de servicios impecable, creadora y diáfana. Aquel médico prestado a las finanzas y a la administración pública (materias que tuvo que aprender sobre la marcha en esa su actitud de permanente servicios) mereció el aprecio y respeto de sus pares, claro está, también el recelo, la envidia y la antipatía que generan los hombres de bien rodeados de tantos personajes sedientos de delinquir con el erario público.
A él, a su memoria, a sus descendientes, el orgulloso reconocimiento a sus virtudes y habilidades.
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