Un infierno íntimo superable

“..y conocerán la verdad,

y la verdad los hará libres."

(Jn 8,32)

Es una película dura, incómoda en extremo. Aturde, desconsuela  y sitúa al espectador ante un drama que, por cruento, no deja de ser alucinante. Todas estas sensaciones puede uno experimentar en la proyección de la primera película de los hermanos Luis Alejandro y Andrés Eduardo Rodríguez, la cual lleva por nombre el sugerente título “Brecha en el silencio”.

Durante el pasado Festival de la Espiritualidad en el Cine Venezolano (FESCIVE), se exhibió esa cinta de un mordiente efecto en cuanto a su mensaje y temática. La misma cuenta la historia de una joven con discapacidad auditiva, hermana mayor en un núcleo familiar marcado por la pobreza material y moral, un ambiente feroz que ha llevado al crítico cinematográfico, Alfonso Molina, a tildarlo de “infierno íntimo de la pobreza”. Promiscuidad, abuso sexual para con las hijastras, depauperado sistema de valores en las que, sin embargo, la protagonista Ana, logra divisar, sin ayuda externa alguna, rendijas para el escape de una situación de cadena perpetua de miserias y dolores. Afirma Molina: “es un trabajo que evade el tratamiento comercial de la miseria, pero se sitúa en el centro de un drama social bien identificado y busca vincularse con el público a través de las emociones”

Si bien esta no es el estatus de todas las familias de escasos recursos del país, sí es una realidad que se produce, con insidiosa frecuencia,  en no pocos hogares de la geografía nacional. Casos en los que no hay una joven con la suficiente capacidad intuitiva y herramientas para derribar los muros de lo aciago y enrumbar su vida, y la de aquellos familiares más próximos y desvalidos hacia otros derroteros. No deja uno de pensar, mientras se continua observando la sordidez y el sufrimiento  en gotas, que debe existir alguna forma para que, desde fuera, se induzcan las medidas que solucionen (y sobre todo prevengan) problemáticas de esta naturaleza, la más de las veces complementadas y potenciadas  con el alcohol y las drogas.

Entre el Estado y algunas organizaciones no gubernamentales, pudieran trazarse planes de mediano y largo alcance para enfrentar problemática como las que puntualiza con ardor visual esta película. Planes que puedan abarcar todos los aspectos (educativos, formativos, actitudinales) del tema y que puedan arrojar estrategias eficaces para su combate adecuado.

Añade Molina al desmenuzar la cinta: “este enfoque sobre una sociedad depauperada se decanta por las miradas internas en una familia. No aborda el problema de la violencia de las bandas criminales ni de la dominación del narcotráfico ni de la represión policial, como hemos visto en otras películas venezolanas, sino que asume los infiernos que se viven en el interior de un grupo humano signado por el dolor, la frustración, la costumbre, la ingenuidad y el oportunismo”

La buena noticia es la madurez que cada vez adquiere nuestra cinematografía, su pertinaz evolución.  Lo interesante es lo que viene de la mano de una oportunidad para que los expertos y un Gobierno central, al que en verdad le interese la mejora social, la elevación de los habitantes del país, una oportunidad que puede concretarse en acciones idóneamente  combinadas para tener un mejor país.

La contundencia de la cinta, la cual podemos medir por el tiempo en que terminan de desaparecer sus imágenes de nuestra psique, es prueba inequívoca de su faceta de reto, de denuncia, que demanda una acción, de mensaje remitido al centro de nuestro desvencijado país y de sus conciencias.

Ese, es un infierno íntimo que puede ser superado con trabajo y voluntad.

Dirección-E [email protected]