Teódulo López Meléndez (@TlopezMel en Twitter) –El hombre de estos tiempos muy posiblemente no ha asumido a plenitud los rasgos dominantes y sufre en la nostalgia del pasado. Vive así en semiverdades.
El hombre ha dejado de conceptualizar de manera compleja. Las contradicciones se manifiestan en toda su magnitud ante la ausencia de la utopía totalizadora.
Los viejos paradigmas están agotados. Basta oír para comprobar que estamos en lo que podemos con exactitud denominar un mundo viejo. Ello, a pesar de vivir en un mundo de cambios acelerados. Quizás estos cambios lo sean de mera transición, lo que quiere decir que están impregnados de los mismos conceptos de lo anterior. El sentido mismo de la realidad se hace así borroso, sobre todo se hace borrosa la cotidianeidad, donde hábitats psicológicos fundamentales se ven alterados, como el trabajo, la alimentación y hasta el aspecto sanitario, como comprobamos con las recientes epidemias que nos asolan.
Seguimos viviendo sembrados en la trayectoria de lo pasado, una que conduce a ninguna parte. Hasta la forma de pensar sigue siendo la misma, en una especie de parálisis cerebral que nos impide comprender que debemos generar nuevos paradigmas que puedan producir una transformación de la realidad inmediata.
Las sacudidas se suceden unas tras otras. Las anteriores convicciones lucen desgastadas, perdida toda su capacidad explicativa y de protección. La expresión sobre el deterioro de las instituciones se ha hecho lugar común; pero las que muestran debilidad extrema son las políticas, incluidas las llamadas intermedias que cumplían el rol de puente entre el poder y la comunidad. De manera que las viejas formas jurídicas se han deshilachado y los intermediarios han perdido toda capacidad de dar excitabilidad y coherencia, así como han perdido los viejos instrumentos de coercibilidad, lo que ha llevado a los medios a procurar alzarse como los nuevos controladores.
Las llamadas instituciones, muestran una incapacidad manifiesta para transformarse; más aún, no es transformación lo que requieren. Frente a un nuevo paradigma cultural, aún en pañales, su rompimiento con la realidad es visible, pues pertenecen a paradigmas superados, parten de la base de una inmovilidad que les es consubstancial. El hombre regido por la institución desaparece, se ha aislado de ella.
No puede pretenderse la aparición de un nuevo cuerpo de doctrina infalible y totalizante, una especie de renacimiento de las ideologías. La sociedad de la comunicación, que habrá de venir, es un cambio de paradigma en sí misma. Sobre ella se alzará la nueva realidad. Sin obviar el peligro totalitario de control de la pantalla-ojo, el rompimiento de la unidireccionalidad de los medios que pone en entredicho la noción de receptor indefenso y la continua tesis de control del mercado producida por la reciente crisis, debe empujar al pensamiento a la siembra de nuevas concepciones democráticas.
Esto es, la tarea de los pensadores de hoy, no es entregar un diseño de sociedad del futuro, sino crear las ideas para que el hombre comunicado protagonice. No se puede hacer a la manera de los viejos ideólogos que diseñaban una nueva realidad utópica. Lo que ahora corresponde es proponer una nueva lectura de la realidad; esto es, la creación de una nueva realidad derivada de la permanente actividad de un república de ciudadanos que, ejerciendo el poder instituyente, cambian las formas a la medida de su evolución, hacia una eternamente perfectible sociedad democrática.
El vencimiento de los paradigmas existentes, o la derrota de la inercia, debe buscarse por la vía de los planteamientos innovadores e inusuales que, con toda lógica en los procesos humanos, serán descartados al inicio por el entorno institucionalizado.
Fuente: infoCIUDADANO