Unilateralismo vs Plurilateralismo

La actitud de Estados Unidos, en materia de comercio exterior, parece guiarse hoy en día por el criterio de que dicho país debe actuar según sus propios intereses, sin importar si otros países están o no de acuerdo, ni si otros países se sienten o no afectados por las decisiones norteamericanas.

Se puede decir, en defensa de dicha posición, que siempre, en última instancia, los países actúan de acuerdo a sus particulares intereses. Pero lo que ha venido sucediendo en las últimas décadas es que la inmensa mayoría de la humanidad contemporánea ha llegado a la conclusión de que esos intereses de cada uno se defienden mejor si todos se ponen de acuerdo en ciertas reglas del juego que todos respeten.

La creación de la Organización  Mundial de Comercio, OMC, fue `precisamente la culminación de esos intentos de generar reglas del juego aceptadas y consensuadas por todos los países que integran esa organización, es decir, hoy en día, 162 países, de los aproximadamente 200 que componen las Naciones Unidas. Con ello se ponía fin a un sistema de comercio internacional en que cada uno hacía más  o menos lo que se le daba la gana, en defensa de sus intereses. Obviamente, en ese tipo de ley de la selva, habían algunos países que tenían mas fuerza como para imponer sus propias reglas del juego, y otros que tenían que aceptarlas, porque sus fuerza era muy modesta como para imponer o como para negociar situaciones diferentes.

Las grandes ideas fuerza que presidieron la creación de la OMC eran que un comercio internacional más abierto o más libre de trabas, sobre todo de tipo arancelario, era positivo para todos los países miembros. Además, se propiciaban una serie de reglas del juego –  conocidas, transparentes, consensuadas y aceptadas por todos los participantes – de modo de darle permanencia y peso jurídico internacional a las normas que presidieran el comercio internacional. Obviamente esas normas no eran perfectas y no siempre defendían por igual los intereses de todos los países miembros, pero todos parecían coincidir en que era mejor un mundo con esas reglas del juego, que un mundo sin regla del juego alguna. Además, tenían el merito de ser aceptadas y conocidas por todos, de modo que su transparencia y aceptabilidad se constituía en un capital y en una estructura jurídica que los cobijaba y los defendía a todos. Nunca antes los países que pueblan la Tierra habían dado un paso tan trascendente en términos de ponerse de acuerdo en reglas del juego relativas al comercio internacional.

La política actual del gobierno norteamericano parece romper con  esa línea de acción. Se violentan o se llevan al límite de lo posible los acuerdos firmados en el seno de la OMC, sobre todo en materia arancelaria y de liberalización del comercio. Se abandona el dialogo y la negociación que se sostenía con los países de la cuenca del Pacífico para llegar a un gran acuerdo de libre comercio. Lo mismo sucede con las negociaciones que se sostenían con la Unión Europea. El Nafta, que norma hasta el día de hoy la integración y los intercambios con sus dos grandes vecinos – Canadá y México – se encuentra en proceso de remiendo y renegociación.

Todo parece indicar que Estados Unidos no se encuentra cómodo con la idea de un mundo regido por normas que sean el resultado de muchas voces diferentes. Prefiere la vía unilateral o, en el mejor de los casos, la vía  bilateral, negociando de país a país. Tampoco se encuentra cómodo con un mundo en creciente proceso de apertura o liberalización comercial, pues la competencia en el plano internacional no siempre se corresponde con los intereses de ciertos sectores productivos dentro de ese país. En otras palabras, Estados Unidos no se siente cómodo con la idea de que un mundo crecientemente abierto comercialmente genera un mundo mejor para todos los participantes, incluido el propio Estados Unidos.

Estados Unidos tiene, obviamente la más plena libertad de defender sus intereses nacionales en la forma que estime más conveniente. Eso es lo que hacen, en última instancia, todos los países. La duda que se abre, en estas nuevas circunstancias es si los países que confían en soluciones colectivas y consensuadas, conducentes a un mundo crecientemente  abierto e interconectado, pueden seguir adelante con la senda que se abrió con la creación de la OMC, o si todo debe pensarse y renegociarse de nuevo.