Chile, ni muy bien, ni muy diferentes.

Hubo momentos en el pasado reciente en que Chile se pavoneaba internacionalmente diciendo – en materia de comercio exterior – que éramos los tigres de América Latina, o postulando que éramos una buena casa, pero en un mal barrio.

Hoy en día, sin embargo, guardamos silencio sobre esas comparaciones – que eran odiosas en el pasado y que serían poco realistas en el presente – pues el comercio exterior de Chile sigue, en lo sustantivo, las tendencias que se observan en el conjunto de la región.

Así, por ejemplo, en el año 2021, según cifras recientes de Cepal, las exportaciones de bienes de toda América Latina y el Caribe fueron de 1.222.615 millones de dólares, cifra que aumentó en 2022 y que se proyecta que disminuirá en el año 2023. Chile, a su vez, exportó 94.774 millones de dólares en el 2021, aumentó esa cifra en el 2022 y se visualiza que la disminuirá en el año en curso. La misma tendencia y los mismos vaivenes en Chile y en América Latina.

En materia de importaciones de bienes, América Latina y el Caribe sumaron 1.214.734 millones de dólares en el año 2021, aumentaron a 1.456.946 millones de dólares en el 2022 y se visualiza que disminuirán esa cifra en el 2023, llegando a 1.366.945 millones de dólares. Chile pasó de 84.304 millones de dólares en el 2021, la aumento a 94.741 millones de dólares en el 2022, se proyecta que este año esa cantidad bajará a 80.707 millones dólares. Cifras, por lo tanto, que suben cuando todos suben, y bajan cuando todos bajan.

El saldo de las exportaciones menos las importaciones de bienes – también llamado saldo de la cuenta comercial de la balanza de pagos – muestra que para América Latina y el Caribe, este indicador tuvo valores positivos en el 2021, tuvo valores violentamente negativos en el 2022 y se anuncia un sustantivo crecimiento, con valores positivos, en el 2023. A Chile le sucede más o menos lo mismo: valores positivos en el 2021 (10.470 millones de dólares), un gran bajón en el 2022 y un crecimiento esperado también sustantivo en el 2023.  Nuevamente, Chile y América Latina, hermanados en la alegría y en los dolores. 

En materia del saldo en servicios (exportaciones menos importaciones) todos los países de la América Latina tienen saldos negativos, en forma sostenida a lo largo de los años 2021, 2022 y 2023. Chile también.

Las exportaciones de Chile están compuestas en un 44.6 % por cobre, lo cual sumado a otros productos primarios, nos coloca, al igual que la mayoría de los países de la región en una situación de alta dependencia respecto a lo que suceda con muy pocos productos en el comercio internacional.  Además, el 56.6 % de nuestros embarques tienen como destino el Asia, al igual que la mayoría de los países de la región.

Todas estas informaciones nos permiten postular que Chile no tiene grandes diferencias con respecto a los demás países de la región en cuanto a la forma como se integra a los circuitos comerciales internacionales, aun cuando Chile lleva varias décadas tratando de demostrar lo contrario. Todos exportamos unos pocos productos primarios de escasa manufacturación; nuestros indicadores de comercio exterior se mueven al unísono, hacia arriba o hacia abajo; todos dependemos de los vaivenes de las políticas comerciales de los países más desarrollados; y todos hemos creado vínculos estrechos con la economía china. Incluso nos parecemos en el intento vano de tratar cada uno de ser especial y diferente y creer ser capaces de solucionar por su cuenta los problemas que se le presenten en el plano internacional. Nuestras diferencias son más bien cuantitativas, en un contexto de semejanzas estructurales. Y en ese campo de lo cuantitativo, Chile exhibe la triste situación de ser, junto con Haití, uno de los dos países de menor tasa de crecimiento, tanto este año como en las proyecciones para el próximo.

Todo lleva a visualizar la importancia de llevar adelante una política de unidad con el resto de los países de América Latina y el Caribe, para tratar de enfrentar de conjunto los problemas que nos son comunes.  Ello pasa, entre otras cosas, por fortalecer los vínculos bilaterales, así como los organismos regionales de carácter político y económico, y de trabajar en su seno con menos discursos y con más proyectos concretos. Hay base objetiva y estructural para ello. 

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