Es decir, Chile, mediante este tratado gana acceso preferencial al inmenso mercado chino para sus exportaciones, entre las cuales cabe mencionar el cobre, el molibdeno, la madera, la harina de pescado, la fruta, los vinos, el salmón., etc., productos todos que China necesita en grandes cantidades para sus necesidades crecientes de consumo y/o para sus necesidades igualmente crecientes de producción.
A cambio de estas preferencias arancelarias Chile tiene, obviamente, que abrir su mercado a las mercancías provenientes de China, lo cual implica un tremendo desafío competitivo para un sector importante de la industria manufacturera chilena, dada la mano de obra relativamente barata que impera en la producción china. Sin embargo, implica también que muchos sectores productivos -como los textiles por ejemplo- en los cuales Chile manifiestamente no tiene ventajas competitivas, ni apuesta a tenerlas en el futuro cercano, bajarán de precios en el mercado interno chileno. También bajarán de precios los bienes de capital y demás productos de alta tecnología que China exporta en creciente cantidad, con lo cual se fortalecerá la rentabilidad y la productividad de aquellos bienes en los cuales Chile si tiene ventajas competitivas.
Pero tan importantes como que los efectos en el campo estrictamente comercial, son los efectos en el campo de la inversión. Dado que Chile tiene tratados de libre comercio en pleno funcionamiento con Estados Unidos y con la Unión Europea, las empresas chinas que se establezcan en Chile, con maquinaria y bienes de capital chinos, podrán entrar con preferencias en el mercado europeo, lo cual beneficiaría a Chile y a China. Por otro lado, los capitales de cualquier país que quieran producir bienes destinados a penetrar el mercado chino podrán establecerse en Chile, cumpliendo desde luego con los montos de valor agregado local que sean necesarios para que las mercancías finales califiquen como chilenas. Es decir, Chile se convierte, en esta forma en una plataforma de inversión para los capitales chinos que quieran penetrar Europa o Estados Unidos, y en una plataforma para capitales de todas las nacionalidades que quieran penetrar el mercado chino. Desde luego, no estamos hablando de meras operaciones de embalaje o de maquila, que están excluidas de la mayoría de los tratados de libre comercio, sino de actividades de producción que utilicen intensamente insumos y trabajo local.
Chile podría beneficiarse en forma sustantiva de este TLC, si es que este implica la llegada de un flujo importante de inversiones extranjeras. Pero éstas, además de las condiciones dadas por sus tratados comerciales requieren en los mercados donde se localizan buena dotación de servicios, buena dotación de mano de obra calificada y reglas claras en lo que respecta al tratamiento al capital extranjero, en particular en materia tributaria. Chile, al parecer cree contar con esas condiciones adicionales.