Son las 12:00 en Caracas. Como todos los días, la ciudad está en un punto de ebullición.
Las cornetas de los carros no paran de sonar y tanto los vagones del metro como los buses están abarrotados de gente, soportando silenciosamente el tráfico y el calor de la capital venezolana.
Pero en el Caracas Country Club la realidad es distinta. En este barrio, ubicado en pleno centro geográfico de Caracas, reina la tranquilidad. El tráfico parece no existir, al menos no a esta hora del día.
Con sus enormes mansiones y extensos y verdísimos campos de golf, el aspecto del barrio incluso te hace olvidar que estás en Venezuela, un país que atraviesa una crisis económica y social sin precedentes.
«Es impresionante la monstruosidad de algunas casas, parece Miami, Coconut Grove(un barrio de esa ciudad)», reflexiona Juan Carlos* desde la terraza de su moderno apartamento en un barrio adyacente.
«En cualquier parte del mundo se sacarían un ojo por tener una casa así», agrega el joven.
Construido a partir del año 1928 por la firma del arquitecto estadounidense Frederick Law Olmsted, el mismo que co-diseñó el Central Park en Nueva York y los jardines de la Casa Blanca, el Caracas Country Club (CCC) no es solamente el barrio más exclusivo de la capital venezolana; en sus terrenos se encuentra también el club más elitista del país.
El precio promedio de una casa en la zona es de más de un millón de dólares estadounidenses, monto que se mantiene a pesar de la caída del precio de las viviendas en Venezuela en los últimos años.
«Una burbuja, una fantasía»
La familia de Juan Carlos ha sido miembro del club desde hace varias generaciones.
Frecuentemente invita a sus amigos a comer o a tomarse una cerveza en sus instalaciones.
«Yo lo veo como una forma de escape para toda la gente que tiene el poder adquisitivo y la oportunidad de contar con una membresía ahí», comenta.
«Es como un fun place, te aíslas de los problemas y te permite estar en un lugar tranquilo donde no te van a robar. Vivir ahí es eso: una burbuja, una fantasía. Un sitio que no representa la realidad del país».
Un barrio golpeado por la crisis
Pero el Caracas Country Club en 2019 no es el mismo barrio que antaño.
Si bien a simple vista no es del todo evidente, y es incomparable con el drama de otros barrios, esta zona de la capital tampoco es inmune a la crisis.
Algunas casas se encuentran abandonadas, otras están siendo demolidas, y muchas han sido vendidas a cuerpos diplomáticos para luego ser transformadas en embajadas.
Los habitantes del Country Club también han sufrido económicamente por el derrumbe de la producción industrial del país.
Una buena parte de los vecinos son empresarios que se han visto en la necesidad de reducir al mínimo la producción o incluso de cerrar sus negocios, despidiendo así a miles de empleados.
«La crisis acabó con el negocio de mi papá y ha acabado con la capacidad de producir dinero en este país», lamenta Luis*, otro miembro del club.
Sin embargo, lo que más le ha afectado a él es la hiperinflación.
«Yo trabajo para una compañía internacional y siempre he ganado en dólares. Siempre he tenido un nivel de vida estable, pero la hiperinflación ha llegado a un nivel tan alto que se come hasta los dólares».
«Vas al mercado y hay de todo. Pero lo que hoy te cuesta US$10, si vas en dos semanas te costará US$20. Y tú te preguntas, ¿por qué? Simplemente no tiene sentido».
La Venezuela actual contrasta con la de hace algunos años por la dolarización que en la práctica vive el país.
En muchos negocios aparte de mostrar los precios en la moneda local, se muestran en dólares. Y la mayoría acepta pagos en divisa extranjera.
«Salí hace una semana a tomar en un bar y pedimos una botella de ron y fueron US$70», agrega Luis.
La misma botella de ron venezolano que a Luis le costó US$70 en Caracas, se vende en Nueva York a US$24.
Una generación perdida
El sol caraqueño resplandece inclemente mientras los niños nadan y juegan en los alrededores de la piscina de la casa club.
Sus padres socializan bebiendo y comiendo en la fuente de soda, que queda justo al lado, y saludan a los miembros que pasan. Todos parecen conocerse.
Un pequeño grupo juega golf en uno de los 18 hoyos del complejo, otro juega tenis. Y en el restaurante no cabe ni un alma.
La edad promedio de los presentes llama la atención de Luis, cuya familia ha sido miembro del club por más de 50 años.
«Hay una generación entera que simplemente no está y esa es mi generación», explica el joven que tiene alrededor de 30 años.
Como a todos los sectores de la sociedad venezolana, la emigración también ha afectado a las familias del Caracas Country Club.
«En este club siempre han sido los sifrinos (fresas, pijos, chetos, cuicos) los que mandan y últimamente los que se quedaron fueron los viejos. No hay una generación de relevo. El Country Club quedó pasado de moda», susurra Luis, asegurándose de que no haya ningún miembro del club cerca.
Algunas normas del CCC también parecen haberse quedado en los 70.
«Si quieres almorzar en el restaurante de allá arriba tienes que ir con chaqueta, si quieres poner música un viernes, no se puede. Y a las 8 de la noche te botan (…) Es un club de viejos», critica el joven.
«Solo me queda un amigo en Caracas»
Gabriela* es una de los miembros de esa «generación perdida» del Country que reside en el extranjero y recuerda con anhelo su adolescencia en el club.
«Era divertidísimo, había muchísima gente joven, pero muchos han emigrado. Creo que solo me queda un amigo en Caracas».
«Hace unos diez años en el Pingüino (el bar del club) había fiesta todos los jueves y era para gente de mi edad. Veías a las niñas vestidas con todas las marcas habidas y por haber, todo el mundo se veía fabuloso», explica la joven estudiante.
«En esa época ibas al club y te conseguías a todo el mundo, gente de todas las edades».
«Ahora, si eres joven y vas, parece que das lástima. Los más viejos piensan ‘ay, no tuviste la oportunidad de irte o no quisiste, estás loca’. Ellos asumen que todo el mundo se fue».
Gabriela, que se unió recientemente al éxodo venezolano que ya se estima en más de 4 millones de personas, según la Agencia de la ONU para los Refugiados (Acnur), asegura que volvería sin pensarlo dos veces de haber un cambio en Venezuela.
«Me encantaría volver. Es una vida muy distinta. Aquí en Europa hay muchísimas cosas buenas, pero pensando en mi profesión, allá podría empezar un negocio con más facilidad y al mismo tiempo contribuir con el desarrollo del país».
Otra razón para regresar, afirma, es la gran responsabilidad que siente por Venezuela.
«Nosotros fuimos muy afortunados. Nuestras familias pudieron hacer dinero cuando se podía».
«Pero somos un porcentaje muy pequeño. Cuando nos fuimos, lo hicimos con la excusa de obtener un diploma afuera. Ahora siento que tenemos la responsabilidad de regresar con los conocimientos adquiridos y echar el país para adelante», confiesa.
Grandes apellidos, pero poco dinero
Para muchos venezolanos, el riesgo de caer de estrato social ha sido mayor que la probabilidad de ascender en los últimos años, y este grupo no es la excepción.
«En el Country ves mucha gente que tenía mucho dinero y ahora tiene poco. En realidad lo único que les queda es la acción», dice Juan Carlos.
«Como decimos aquí: hay gente con grandes apellidos, pero con cuentas bancarias así de pequeñas», gesticula.
Juan Carlos reconoce que todavía el club es «lo más elitista» que existe en el país, pero argumenta que antes «era un club de gente 100% adinerada».
«Hay gente que tal vez hace años sí pertenecía a los que se conocían como los amos del valle de Caracas, pero ahora son familias normales porque la crisis les ha pegado a todos».
Gabriela también considera que el estilo de vida de muchos de los miembros del club ha cambiado drásticamente.
«Viviendo en Venezuela no lo notas mucho, pero cuando viajas o te mudas al extranjero, te das cuenta que no te puedes permitir tantos lujos como te permitías antes».
«También se viaja menos y la gente pone más cuidado en lo que gasta», afirma.
Un futuro incierto
Conjuntamente con todos los problemas que vive Venezuela, hay un factor que preocupa especialmente a su clase alta: la incertidumbre.
«Mi dolor de cabeza más grande es no saber lo que me depara el futuro. A veces me pregunto si tomé la decisión correcta cuando decidí quedarme en el país. Veo que afuera mucha gente está desarrollándose profesionalmente y creciendo», reflexiona Luis.
Juan Carlos comparte este dolor de cabeza. El no saber si finalmente «habrá una luz al final del túnel» le inquieta.
«Estoy apostando a que todo esto cambie para continuar echándole pierna».
Este caraqueño creó su propio negocio recientemente y asegura que, si tienes un espíritu emprendedor, es relativamente fácil desarrollarte profesional y económicamente.
«Venezuela siempre ha sido, y todavía es, un país lleno de oportunidades. Aunque no lo parezca, con creatividad, aquí todavía es posible salir adelante si así te lo propones», concluye.
Por Norberto Paredes @norbertparedes
BBC News Mundo
*Los nombres con asterisco fueron cambiados para proteger la identidad de las fuentes.