El mundo está cambiando pero no en dirección al libre comercio

El neoliberalismo – tanto en el campo académico como en el ámbito de las políticas económicas y de las negociaciones internacionales – postuló con fuerza, sobre todo en la década del 70, que el libre comercio internacional era la herramienta fundamental para que todos los países aumentaran su producción y su productividad, para que aprovecharan íntegramente sus recursos productivos y para que entraran en una senda de desarrollo tan sostenible como la que exhibiera el mundo en su conjunto.

La Organización Mundial de Comercio, OMC, fue la consecuencia institucional, en el plano internacional, de ese tipo de planteamiento. La OMC hizo del libre comercio internacional la piedra angular de toda su normativa y de todo su accionar. En aras del libre comercio había que reducir, tanto como se pudieran, los aranceles aduaneros y eliminar las restricciones para arancelarias. La única herramienta de política comercial que quedó en vigencia fueron los aranceles y estos tenían que asumir compromisos a la baja. Los Estados y los Gobiernos no podían, en el contexto de esta normativa, imponer políticas económicas que fueran en contra del libre comercio internacional.

Pero la OMC es un curioso organismo internacional en que hay más de 150 países que son miembros, y allí las decisiones no se toman por mayoría, sino por consenso, lo cual lleva a que la capacidad de negociación de todos y cada uno de los países en desarrollo sea muy alta.  Esto condujo rapidamente a un conflicto en el seno de OMC entre la agenda de temas de los países en desarrollo y la agenda de los países desarrollados. Gracias a ello, la OMC dejó de ser el gran foro donde se negociaba y se decidía sobre los grandes derroteros del comercio internacional, y el organismo quedó prácticamente paralizado.

Esta situación llevó a que los países desarrollados optaran por negociar bilateralmente entre ellos mismos y con los países en desarrollo, para ir conformando un sistema económico internacional a la medida de los intereses de las grandes empresas trasnacionales. Los tratados comerciales bilaterales o plurinacionales sustituyeron así al multilateralismo de la OMC y generaron espacios de negociación en que la fuerza de los países en desarrollo era mucho menor. Todo ello ha ido moldeando en los últimos años un entramado de normas y acuerdos internacionales que perpetúan el carácter primario exportador de los países en desarrollo y el rol de los países desarrollados como proveedores mundiales de bienes de alto contenido tecnológico.  

Pero el mundo está cambiando y no precisamente hacia un escenario que potencie el libre comercio internacional. Por un lado, la dramática problemática ecológica y medio ambiental mundial pone de relieve que la producción de cualquier cosa y a cualquier costo, es una política altamente destructora del medio ambiente, y es una de las causas de la problemática actual.  Las patentes de corso otorgadas a las grandes empresas trasnacionales, por medio de la red de tratados comerciales internacionales no pueden seguir siendo la receta válida para salvar al planeta y a la especie humana.

Se pone de manifiesto la necesidad de la negociación y la cooperación multilateral, con metas y responsabilidades claras y diferentes para cada actor, con financiamiento internacional e incluso con sanciones económicas y comerciales colectivas a los países que no cumplan con sus compromisos para con el medioambiente, y/o a las mercancías que no sean generadas con respeto al medioambiente. Todo ello es la antesala de inmensos procesos de negociación en los cuales el libre comercio puro y duro, al estilo de los 70 y de los 80, no tiene mucho que aportar. . 

Algo similar sucede con el combate al narcotráfico, a la producción de estupefacientes y al terrorismo internacional, que no pueden llevarse adelante sino con severas fiscalizaciones y/o sanciones a las mercancías y a los países que apoyen, financien o se lucren con el comercio de narcóticos, de los insumos para producirlos y de las armas que van a manos del crimen organizado. Nada de eso tiene nada que ver con el libre comercio, sino con un sistema económico en el cual el comercio y las finanzas tengan que estar necesariamente en correspondencia con esas grandes metas de la humanidad.

En otras palabras, el combate contra la crisis climática, contra el narcotráfico, contra el terrorismo y el crimen organizado, requieren de la voluntad política de pueblos y gobiernos precisamente para ponerle límites y controles al libre comercio y generar paradigmas distintos, signados por la cooperación y la solidaridad internacionales, para enfrentar los grandes desafíos de la humanidad contemporánea. 

A eso se suman decisiones como las recientemente tomadas por el G20 en el sentido de poner a tributar a las empresas trasnacionales con una tasa mínima de 15% sobre ganancias, lo cual exige necesariamente de grandes procesos de fiscalización, de intercambio internacional de informaciones, y de homologación de norma contables y tributarias en todo el mundo. No hay razón alguna para que esa norma tributaria del G20 – u otra parecida – no sea también adoptada por los países en desarrollo. Nuevamente, la fiscalización, el control, la cooperación, la solidaridad, y la homologación política o administrativa de normas, ganan paulatinamente terreno en contra del libre juego de las fuerzas del mercado.

Todo esto tiene como telón de fondo el conflicto estratégico entre Estados Unidos y China – que genera posibilidades inmensas de más y mejor capacidad de negociación internacional para los países en desarrollo – y que es un proceso histórico que caracterizará el siglo XXI, que arrastrará a todos los países desarrollados y en desarrollo, y que no se solucionará jamás con las meras convocatorias al libre juego de las fuerzas del mercado.

En síntesis, el libre comercio internacional, como teoría y como práctica económica, viene en retroceso en el mundo contemporáneo y se abren camino la cooperación, la solidaridad, el control y la negociación internacional de nuevas normas. Los políticos que tengan estatura de grandes estadistas liderizarán este proceso que se viene a paso rápido. Los que no, seguirán mirando el mundo por el espejo retrovisor y apostando por el libre comercio a ultranza. 

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