La Inflación es como el Cilantro.

En materia de inflación no hay ningún economista serio, ni ningún ministro de hacienda conocido, que propicie que su país deba tener como meta hacer desaparecer ese crecimiento sostenido de los precios. La inflación cero no existe, sino como una ficción teórica. Si llega a tener lugar en el discurso político es por pura ignorancia o por puro populismo.

Si se lograra como como ficción teórica visualizar un país en que la inflación no existiera, lo más probable es que éste presente esa situación en que la producción no crezca y en que toda la economía y la sociedad permanecen en una situación estática. Incluso es dable pensar que estemos más cerca de una economía de trueque que de una economía monetizada. 

En los países reales y concretos el crecimiento de la producción de al menos unos pocos procesos productivos – ya sea por adelanto tecnológico o por aumento en el uso de los factores productivos – implica necesariamente, como condición y como consecuencia, que se modifiquen los precios relativos, haciéndose más barato algunos bienes y más caros otros. Si algunos precios suben y otros bajan, estos podrían compensarse, y el índice general de precios podría mantenerse estable, es decir, con cero inflación. Pero los precios de las mercancías pueden subir, por lo menos un poco, sin que eso genere grandes resistencias empresariales o sociales. Sin embargo, la baja de los precios sí que genera grandes resistencias, sobre todo en el campo empresarial. Por ello, un proceso pequeño de crecimiento promedio de los precios puede dejarlos a todos contentos: suben los precios de las mercancías que el dinamismo económico necesita incentivar y permanecen los precios de los productos y las tecnologías más convencionales.

Sin embargo, si la inflación presenta niveles muy elevados se presentan algunas consecuencias indeseables. Pero estas no son iguales para todos los sectores que conviven en una sociedad. Para los trabajadores que tienen un salario fijo, la inflación implica perdida de su ingreso real. Esa es una consecuencia demasiado conocida y demasiado obvia, en la cual, por lo tanto, no es necesario profundizar. Pero es difícil postular que allí radica la preocupación por la inflación de todo el resto de la sociedad. Hay sectores a quienes la pérdida de poder adquisitivo de los sectores populares les tiene sin cuidado. La inflación les molesta pues el dinero pierde su condición de ser una buena unidad de cuenta y un buen depósito de valor, y eso perjudica sus negocios presentes y futuros y hace difícil el cálculo económico.

Todo lo anterior nos lleva a visualizar que la inflación es como el cilantro, que es bueno pero no tanto. El problema no es la inflación en sí misma, sino determinar cuanta inflación es buena para el bienestar económico y social de un país. ¿Será bueno un 3 %? ¿O será mejor un 4 %?  ¿Será mucho un 5 %? Es absolutamente imposible responder a esos interrogantes de una forma única y definitiva, válida en todo tiempo y lugar. Las circunstancias son cambiantes dentro de un determinado país, de un momento a otro de su devenir social, económico y político, y cambian, por lo tanto, las concepciones o visiones respecto a que es mejor para su economía y para las mayorías nacionales.

El otro problema es determinar cuáles son las herramientas que se consideran más convenientes para conseguir la meta de inflación que se desee alcanzar. Nadie podría decir que solo existe – en todo tiempo y lugar- una sola herramienta para conseguir esos fines – cualquiera que sea la causa de la inflación y el nivel al cual se la desea llevar –  ni decir tampoco que las consecuencias de usar una u otra herramienta recaen por igual sobre los distintos sectores sociales que componen la sociedad. Así como la inflación golpea de forma diferentes a los diferentes sectores sociales y económicos, las medidas antiinflacionarias también tendrán efectos diferenciados y desiguales. Es enteramente posible pensar que hay medidas antiinflacionarias que hacen descansar, en alta medida, sobre los hombros de los sectores laborales, el peso y los dolores de las mismas. Al igual como soportaron las consecuencias de la enfermedad, sufrirán también las consecuencias de los remedios.

Elegir una meta de inflación aceptable y conveniente para toda la sociedad y elegir las herramientas que se desplegarán para alcanzarla es, por lo tanto, un problema de alta complejidad, y no se trata de un mero problema técnico, sino de un problema con altos ribetes sociales y políticos. En estas decisiones y soluciones deberían tener participación relevante, por lo tanto, las autoridades políticas y económicas del país y no delegar aquello, íntegramente, en un grupo pequeño de técnicos que se supone tienen alta capacidad para decidir autónomamente sobre estos asuntos. Nunca es tarde para reflexionar sobre estos temas, aun cuando hoy en día se considere una herejía hacerlo.   

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