El término complementariedad fue acuñado por el físico danés Niels Bohr, (1885-1962), para caracterizar la coexistencia de propiedades opuestas, incompatibles, pero que, a pesar de esta circunstancia, su descripción se hacía necesaria para obtener una visión completa de un sistema físico determinado.
En la política sucede algo similar. En Venezuela, desde hace más de una década, el espacio político se encuentra habitado por culturas políticas contrapuestas y complementarias. Desde luego, este último término debemos entenderlo en sentido cuántico. Es imperativo, entonces, dar cuenta de esta “incertidumbre” para trasvasar los límites del presente y asomarnos con plenitud a la ventana que ofrece el futuro.
Las venideras elecciones ofrecen una oportunidad para intentar sortear las trampas asociadas a esta incertidumbre política. Son auspiciosos estos comicios. Primero, en estados como Portuguesa, Guárico, Trujillo, Barinas y Carabobo, la voluntad única del Mesías político ha sido puesta a prueba. Los robustos cimientos de nuestra cultura democrática hacen aflorar una tímida disidencia. Segundo, presenciamos un fortalecimiento de los liderazgos regionales y de las organizaciones partidistas.
El Presidente, por su parte, hace esfuerzos para apuntalar el pasado y detener el futuro. Sin embargo, el país se resiste. La siembra democrática llevada a cabo a lo largo del siglo pasado, muestra cuán profunda son sus raíces. Esta mutua afirmación y negación de la “lógica” autoritaria y democrática, ha generado una dinámica sociocultural. Me parece indispensable tenerla presente; aprovechar su fuerza para clausurar definitivamente los liderazgos heróicos y los errores cometidos en las décadas de los ochenta y noventa.
Enrique Krauze, historiador mexicano, (el venidero mes de noviembre visitará el país para presentar su último libro denominado “El poder y el delirio”), acertadamente ha señalado que los venezolanos estamos “viviendo en los límites”. Nos deslizamos peligrosamente sobre una estrecha franja que marca la distancia entre la vocación autoritaria y la democrática. Percibe “que no hay lideres visibles”; sin embargo, apuesta con firmeza a los instintos liberales que “aún sobreviven en el quehacer político venezolano”.
Sin duda, el futuro se construye sobre el reconocimiento de nuestro pasado. El democrático es totalmente distinto, al que venera con pasión religiosa el caudillismo vernáculo. Rendir culto a nuestros héroes civiles, catapultaría esos “instintos liberales”, aún presentes en la profundidad del alma democrática de la nación.
Por esta razón, dar cuenta de esta incertidumbre es indispensable para la construcción de una cultura que proporcione un nuevo sentido a la vida colectiva en el país.
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