Modernidad líquida. El término fue acuñado por Zygmunt Bauman. Sociólogo de origen polaco que reside en Inglaterra desde 1971 y es profesor emérito de la Universidad de Leeds, Inglaterra.
Este ilustre académico, contrasta entre dos de las formas que ha asumido la modernidad occidental. Por un lado, aquella que es sólida estable y repetitiva. Por el otro, se encuentra otra que es líquida, flexible y voluble. En esta última, los modelos y estructuras sociales ya no perduran lo suficiente como para enraizarse y gobernar las costumbres de los ciudadanos. Esta modernidad, señala este autor, se encuentra dominada por una inestabilidad asociada a la desaparición de los referentes sobre los cuales se solían anclar nuestras certezas.
Desde luego, estos conceptos designan una situación histórica específica: la modernidad europea. Sin embargo, su contenido puede ser útil para describir lo que efectivamente está ocurriendo políticamente en el país.
En Venezuela, se han licuado las certezas sobre las cuales se levantó el edificio institucional que caracterizó nuestra modernidad política. No es democrática la cultura que gobierna los usos de la totalidad de los ciudadanos. El Gobierno, por ejemplo, desconoce lo hábitos democráticos y se aleja inexorablemente de las fuentes que le proporcionaban legitimidad política.
Esta noción de lo líquido, volviendo a la concepción de Bauman, remite en el caso venezolano, al agotamiento de una etapa caracterizada por la presencia de identidades políticas fuertes y la incrustación de los ciudadanos en un tramado institucional sólido.
A contrapelo, el Socialismo del siglo XXI apuesta por un proyecto precario, transitorio y volátil. Restaurar lo ya vivido implica, entre otras cosas, renunciar a la memoria como condición de vida en ese tiempo de naturaleza post histórica. Es líquido este socialismo, porque es inviable y, esa circunstancia, inexorablemente lo hace transitorio; atravesado por una inestabilidad asociada a la desaparición de los referentes donde reposaban las certezas democráticas.
No podemos olvidar que la verdad reside en el acuerdo. Sabemos, igualmente, que la razón no es monológica sino dialógica. Propiciar ese diálogo, entonces, es condición indispensable para proporcionar solidez a nuevas certeza democráticas.
Después de todo, cuando el líquido sobrepasa su punto de ebullición, cambia su estado a gaseoso y, cuidado, cuando alcanza su punto de congelación, se transforma en sólido.
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La Política es así: Modernidad Líquida
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