Se vienen tiempos de mayor acercamiento y confluencia comercial entre México y el resto de la América del Sur y el Caribe. Si el mercado norteamericano se cierra parcialmente para los productos mexicanos, y eventualmente para los latinoamericanos – por la vía de mayores aranceles y/o por la vía de prohibiciones puras y simples – es dable pensar que los países de la región buscarán comprarse y venderse recíprocamente una cantidad mayor de mercancías. Es decir, protagonizar una suerte de sustitución de importaciones, de modo de comprarnos entre nosotros, los latinos del sur, lo que en otros momentos comprábamos en el mercado norteamericano. Eso incrementaría en alguna medida nuestras exportaciones y nuestras importaciones intrarregionales.
Todo ello es posible y deseable. Pero para que esas cosas sucedan es necesario abrirles paso con algunas medidas de política económica. Por ejemplo, es necesario avanzar rápidamente en la reducción o eliminación de los aranceles recíprocos entre todos los países de la América Latina, de modo de no estar poniéndonos trabas arancelarias entre nosotros mismos. Hay también que hacer coincidir las normas técnicas y sanitarias, así como las norma sobre etiquetado y embalaje, de modo de facilitar esos procesos y evitar costos innecesarios. Es importante, además, en el caso del comercio intrarregional, reeditar los mecanismos de compensación de pagos por la vía de los bancos centrales, que evita en alta medida el uso de los fondos líquidos con que cuenta cada país. Es igualmente importante coordinar el incremento y el mayor uso de la infraestructura portuaria, aeroportuaria, ferroviaria y vial con que se cuenta, de modo de acercar comercialmente a los países entre si, y a cada país con el océano con el cual no es ribereño. La reunión de los países del Mercosur y de la Alianza del Pacífico convocada por los presidentes de Argentina y de Chile, juega positivamente en esa dirección.
Pero no hay que sacar cuentas demasiado alegres. Si hoy en día un país latinoamericano cualquiera, llamémosle A, compra un determinado producto en Europa, o en China, y no en el país latinoamericano B, no es solo porque el producto del país B pague arancel al entrar al mercado del país A. Se compra fuera de la región por la sencilla razón, de qué aun pagando arancel, ese producto foráneo sale más barato- y hasta puede que sea de mejor calidad – que el producto similar producido por un país latinoamericano regionalmente cercano. Y sale más barato, a pesar de la distancia, por razones de productividad, de tecnología y de escala de producción. Si se suprimen los aranceles entre A y B, es posible que el diferencial de precios con el producto europeo o chino se reduzca, e incluso es posible que desaparezca, pero eso no es un mecanismo automático. Ya hoy en día los aranceles recíprocos entre los países latinoamericanos son bajos, y tienen convenios y cronogramas de desgravación que los conducirán inexorablemente hacia niveles mas bajos aun, o a su total desaparición, en los próximos dos años. Eso, sin embargo, no asegura un sunami de comerciio intrarregional. Generar un incremento del comercio, repetimos, es positivo, necesario y deseable. Pero para que tenga lugar un sustantivo incremento del comercio intrarregional es necesario incrementar la productividad y la modernnización tecnológica en los procesos productivos de los diferentes países de la región.
La tentación en la cual no parace conveniente caer es en subir los aranceles a los productos importados de China, de Europa o de Estados Unidos, con lo cual se incremetaría inicialmente el grado de protección de que goza la producción manufacturera latinoamericana, pero a mediano plazo se reeditarían los procesos manufactureros faltos de productividad y de competitividad internacional y carentes de los estímulos y de mercados externos como para expandirde internacionalmente. Esa historia es conocida y no da buenos resultados, excepto en dosis muy pequeñas, en sectores muy focalizados y con horizontes de tiempo muy breves.