Los Acuerdos de Libre Comercio

En la reciente reunión de la CELAC realizada en Buenos Aires, no solo se planteó la idea de una moneda única para toda la región, sino que también tuvo espacio el planteamiento de que en breve plazo impere un área de libre comercio que incorpore a todos los países de la América Latina. Este último llamado merece algunos comentarios.

En primer lugar, recordar que un área de libre comercio es un acuerdo entre dos o más países para efectos hacer desaparecer los aranceles recíprocos. En otras palabras, toda mercancía de un país miembro de ese acuerdo entra al resto de los países miembros sin pagar arancel en las fronteras correspondientes. Se asume que esto permite que todo productor, de cualquier país miembro de ese acuerdo, tenga como mercado al conjunto de los países, tal como si fuera su propio mercado interno, con lo cual se amplía la posibilidad de aumentar la producción y las ventas.

 Además, al no pagar aranceles el producto tendría menor precio en el mercado de destino y gozaría, por lo tanto, de ventajas comerciales frente a los productos similares provenientes de países de fuera del acuerdo, los cuales sí tendrían que pagar aranceles.

En la práctica las cosas son un poco diferentes. Una mercancía determinada, producida en un país miembro del eventual acuerdo de libre comercio, no pagará arancel al entrar al mercado de los otros países socios, pero ello no asegura que ella será preferida por los consumidores frente a la misma mercancía procedente de otros países ajenos a la región y al tratado de libre comercio.

Si la mercancía de fuera de la región – sobre todo de los países desarrollados – exhibe una tecnología más avanzada, mejor calidad y menores precios, el consumidor regional preferirá esa mercancía, aun cuando ésta tenga que pagar arancel al entrar a dicho mercado. Es posible incluso que, aun pagando arancel, esa mercancía de fuera de la región termine siendo más barata que la producida internamente, por su mayor productividad y su mayor escala de producción. Toda esta situación hipotética se agrava si cada país latinoamericano tiene convenios de libre comercio con países de fuera de la región – con Estados Unidos, con Europa, con China –  y por lo tanto, las mercancías de estos últimos países también gozan de cero arancel, con lo cual los países de la América Latina pierden la ventaja comercial relativa que se suponía ganaban al ser miembros de una zona de libre comercio regional.

El problema no está, por lo tanto, necesariamente, en el campo de los aranceles sino en el campo de la definición de una estrategia nacional de desarrollo que posibilite la mayor productividad, competitividad, avance tecnológico y la creación de ventajas competitivas. Además, se necesita la reformulación de los acuerdos comerciales que se firmen en el futuro y/o en la renegociación que se haga de los acuerdos ya firmados.      

Las cosas funcionarían de otra manera si los países de la región no pagaran aranceles y los países no regionales pagan aranceles relativamente elevados, de modo de proteger la industria regional, pero esa política protectora y sustitutiva de importaciones ya tuvo su época de esplendor y de decadencia en América Latina y es difícil volver a ponerla en vigencia, por lo menos en los mismos términos que en décadas anteriores. Los acuerdos de libre comercio vigentes con países o grupos de países de fuera de la región, a su vez, solo podrían eventualmente modificarse por medio de procesos de acercamiento y negociación, pero nunca por una decisión rápida y unilateral.  

Pero falta otro antecedente más. El comercio entre los países de la región – por la vía de los acuerdos de libre comercio de carácter bilateral, multilateral o subregional que se han estado firmando en las últimas décadas – está ya libre de aranceles casi en un 100 %.  Es decir, se ha tejido una red de acuerdos que hacen que, en la práctica, impere en la región el libre comercio de unos con otros, sin que los resultados integracionistas sean muy impresionantes. El comercio intrarregional alcanza apenas al 19 % del comercio exterior de los países latinoamericanos.

Todo lo anterior lo saben los asistentes a la cumbre de la CELAC, o por lo menos sus consejeros más cercanos, y no deberían, por lo tanto, utilizar estos eventos para planteamientos que pueden tener cierto impacto mediático, pero que se sabe tienen poca utilidad o aplicabilidad práctica.