Los TLC: El cambio es posible y deseable pero es un proceso largo

El tema de los TLC ha descendido en la atención que la ciudadanía y el sistema político le brindó a este asunto a lo largo del año recién pasado. Pero, precisamente por ello, creo que es ocasión propicia como para pensar con tranquilidad respecto a lo que se podría aspirar en materia de modificaciones a ese tipo de textos legales que nos obligan frente a terceros países en materia de comercio internacional y en materia de trato a la inversión extranjera.

Los TLC son la expresión más concreta de nuestras aspiraciones en materia de inserción en los circuitos del comercio internacional contemporáneo, y por ello es importante reflexionar con la máxima tranquilidad –sin apuros ni presiones – sobre lo que sería deseable modificar en ellos, en caso de que hubiera la capacidad de presión y de negociación suficientes a nivel internacional lo cual, desde luego, es algo que se construye con constancia y perseverancia en el campo económico y diplomático.

En el campo de lo relativo a las inversiones extranjeras, la mayoría de los TLC establecen que las inversiones de un país en otro deben ser objeto del “trato nacional”, es decir, atenerse a los mismos deberes y derechos de cualquier agente económico local. Pero en la práctica, en el resto del articulado, se suele insertar una serie de situaciones que implican un alto grado de ventajas para el inversionista extranjero, tales como la prohibición del Gobierno de imponer medidas de política económica que generen una reducción de las ganancias esperadas por parte del inversionista, lo cual constituiría una “expropiación indirecta”. Si una situación de esa naturaleza se presenta, entonces el inversionista se hace merecedor a una indemnización, y en caso de que no exista al respecto acuerdo con el Gobierno, se puede apelar a tribunales extranjeros para dilucidar el problema. Esto, obviamente, no es nada parecido a un trato nacional, pues ningún agente económico nacional tiene derecho a apelar a una supuesta expropiación indirecta, ni a apelar ante tribunales internacionales.  

También el inversionista extranjero está protegido de la posibilidad de que el Gobierno del país sede imponga “requisitos de desempeño” entendiendo por ellos, por ejemplo, la obligatoriedad de exportar una cierta cantidad de su producción, o de reservar para el mercado interno una cierta proporción de su producción, o de comprar en el mercado interno una cierta cantidad de los insumos utilizados en el proceso productivo. No es usual que los Gobiernos impongan ese tipo de medidas, pero tampoco es usual ni deseable que el gobierno renuncie a la posibilidad de hacerlo.

Estas cuestiones creo que sería bueno que en algún momento se modificaran en beneficio de los países en desarrollo, pero para ello se necesita, como ya hemos dicho, sumar apoyos y capacidad de presión y de negociación. Hacerlo en forma unilateral y solitaria traería, probablemente, más perjuicios que beneficios a los países que avancen en el ese camino.

En lo que respecta a las materias estrictamente comerciales, es bueno lograr que las mercancías que son – o que se aspira que sean – parte de la oferta exportable de un país ganen acceso al mercado de otros países. Pero, como nada es gratis, tiene que existir reciprocidad en dicho trato, es decir, hay que pagar la apertura del mercado ajeno con la apertura del mercado propio, para un volumen similar de las mercancías exportables por parte del país socio. Pero abrir el mercado a todo tipo de mercancías provenientes de otro país, que tenga altos niveles de desarrollo, nos condena a producir y exportar materias primas y bienes de poco valor agregado y a comprar todo tipo de mercancías de mayor valor agregado. Esa situación adquiere un alto nivel de inercia y de difícil modificación. Sería saludable, en cambio, pactar aperturas comerciales parciales, de los productos que nos interesa exportar en forma prioritaria, a cambio de los productos que estén en la misma situación por parte del país socio. Pero la apertura total y completa no parece aconsejable al calor de las experiencias ya ganadas en estas materias.

Como el mundo está cambiando en forma acelerada y la globalización total de las décadas pasadas está siendo reemplazada por esquemas de menor apertura y de mayor negociación, es bueno tener claro, con la debida antelación, las situaciones a las que aspiraríamos. Quizás  algún día esas aspiraciones se conviertan en realidad.