En el momento que más necesita el país clarificar sus conceptos y su futuro, es cuando menos voluntad hay para debatir ideas, que relancen el espíritu nacional. Pudiéramos decir, que el venezolano se encuentra abatido, agotado en el marco de una polarización que no permite el desarrollo de la racionalidad, ya que simplemente se es chavista o se es opositor.
En el tarjetón electoral hay más de 60 organizaciones políticas de diferente origen teórico y del menú que quiera degustar el elector: desde maoístas, social-cristianos, socialdemócratas, marxistas leninistas, trotskistas; pero a la hora del té, la creatividad de las propuestas rueda cuesta abajo, cuando la diferencia de uno y otro bando es, si compartes el legado del comandante supremo o si lo desechas.
En el Gobierno entendemos, que el pensamiento único es la norma; pero en la oposición, militan organizaciones otrora de la extrema izquierda, hasta organizaciones de corte popular conservador, siendo sorprendente la similitud y la identidad del discurso, donde la prioridad es primero salir de esta tragedia y luego debatiremos. Craso error que refleja que la capacitación, la formación y los programas de los partidos fueron lanzados al cesto de la basura, por un pragmatismo que raya en lo inverosímil, al asumirse como método de hacer política, la valentía del caudillo civil o militar y no la formulación de un proyecto serio de reconstrucción nacional. De allí los saltos de talanquera sin rubor alguno, de dirigentes políticos, del socialismo, pasando por la socialdemocracia y posterior aterrizaje en partidos conservadores, cuya única condición es garantizar la curul.
Ahora bien, esta sequía teórica no solo es venezolana; desde la última década del siglo XX en el contexto del Consenso de Washington, la política se asumió como producto de análisis light, convirtiéndose los candidatos a cualquier poder parlamentario o ejecutivo en una marca de fábrica, como una marca de jabón al que se le fabrica un mercado, una imagen y un comprador ideal.
En nuestro caso es dramático, ya que pudiéramos decir que la consecuencia de esa carestía de programas, ha impedido que Venezuela ingrese al siglo XXI, aun cuando estamos en 2015; tal como el régimen de Juan Vicente Gómez bloqueó hasta 1935 la integración de nuestro país al concierto de las libertades y los sistemas democráticos incipientes del siglo XX.
Lo cierto del caso, es que en el contexto de la globalización la clásica división entre izquierdas y derechas, es un desperdicio para analizar cualquier gobierno, cuando el gobierno comunista chino de régimen de partido único, es la economía más neoliberal del planeta; entre tanto el Presidente Obama, militante del partido demócrata y representante del odiado imperio, ha impulsado un programa integral de salud, como lo hubiera soñado cualquier socialista europeo.
En realidad, el debate se centra hoy en cuál tipo de sociedad proponemos a Venezuela, ante los dos íconos que se confrontan hoy en la sociedad de mercado o en la sociedad del trabajo, donde un gobierno concentre toda su atención en la re-industrialización del país, en los indicadores de Progreso Social y se reestablezca el Estado de Derecho como política de reconstrucción nacional.
(*) Movimiento Laborista
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