Países latinoamericanos ponen su mirada en China

El imperialismo oriental le ladra en la cueva al imperialismo yanqui

China está de moda, no solo en Venezuela -a raíz del famoso y poco transparente Fondo Chino- sino que en toda la América del Sur, a raíz del peso que ha pasado a tener para la mayoría de nuestros países el comercio con la potencia asiática.

En el transcurso de los primeros nueve meses de este año, el 21,3% de las exportaciones chilenas se han canalizado hacia China. Chile -que tiene un tratado de libre comercio firmado y en plena vigencia con China- aparece así como el país de la región que más vende al gigante asiático, en términos relativos a sus propias exportaciones. Brasil -sin un acuerdo particular de libre comercio- está vendiendo a China un 18,5% de sus ventas externas. Para Perú -que también tiene un tratado de libre comercio con China- dicho país representa el 15,8% de sus exportaciones.

Esas cifras hablan por sí solas, respecto a la presencia de China como socia comercial de varios países de la región. Sin embargo, la situación es más interesante aun, si se tiene en cuenta el porcentaje de las exportaciones que se canaliza hacia los Estados Unidos. Para Chile, sólo el 11,3% de sus exportaciones tiene como destino a los Estados Unidos, según estadísticas relativas a los primeros nueve meses del año 2011. Casi la mitad de lo que se le vende a China. Brasil tiene proporciones parecidas: 9,8% de sus ventas externas tienen a Estados Unidos como país receptor, lo cual también representa aproximadamente la mitad de lo que se le vende a China. En Perú las cifras están más equilibradas, pero con claro predominio del comercio con China: 15,8% de las exportaciones van a China y 13,1% a Estados Unidos. Argentina le vende un 4,9% de sus exportaciones a Estados Unidos y un 7,7% a China.

Esta irrupción de China como socio comercial de los países latinoamericanos, es una de las más grandes e importantes revoluciones comerciales que se ha dado en la región. Sin discursos antiimperialistas rimbombantes, el peso de Estados Unidos como destino de las exportaciones regionales, se ha reducido a un segundo -y en algunos casos a un tercer lugar- con todo lo que ello implica en términos de dependencias y condicionamientos recíprocos y de más y mejores opciones comerciales.

Colombia, aun cuando tiene una cara hacia el Pacifico, se ubica en el extremo opuesto en materia de vinculación con China: sólo un 4,1% de sus exportaciones se canalizan hacia dicho país, mientras que el 37,9% de sus ventas externas van a los Estados Unidos. Venezuela, que oculta en forma sistemática y deliberada sus estadísticas de comercio exterior, sobre todo las petroleras, parece estar en estas materias en una posición cercana a la de Colombia, con muchas ventas a Estados Unidos y pocas ventas –por ahora- a China.

Finanzas e Inversiones

En materia financiera e inversora, es indudable que China comienza también a tener un rol relevante en todo el continente, y se incrementan sus inversiones directas y sus préstamos a gobiernos. Todo eso -junto con las oportunidades comerciales- son relacionamientos positivos, en la medida que pluralizan las opciones económicas que están abiertas para muchos de los países de nuestra América. Sin embargo, no hay que perder de vista que China es un actor económico en el concierto internacional, que no es ni pretende ser un agente de beneficencia ni de solidaridad. Sus decisiones económicas se guían como las de cualquier inversor internacional, por los principios de rentabilidad y de seguridad. En ese contexto, hay que entender los relacionamientos que China viene desarrollando con Venezuela. China otorga créditos atados -para que se adquieran mercancías chinas- y se asegura su retorno por la vía del pago con petróleo. Además, ha pasado a ser socio en la extracción de crudos pesados en ciertos yacimientos de la Faja.

Impecable

Es una operación impecable, desde el punto de vista de los intereses chinos. Desde el punto de vista venezolano, sin embargo, se trata de contratos y operaciones llenas de un alto nivel de secretismo, lo cual impide un análisis fundado y documentado. Empero, aun con los pocos datos que se poseen, parece impensable que contratos de esa naturaleza –créditos atados, pago en petróleo, alta discrecionalidad presidencial, falta de transparencia- pudieran haber sido firmados por cualquier Gobierno venezolano anterior al actual, pues hubieran caído sobre él las más lapidarias acusaciones, de no estar defendiendo adecuadamente los grandes intereses nacionales. No, nadie se hubiera atrevido a tanto.

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