PARA TRATAR DE ENTENDER A TRUMP

Ser presidente o dictador de un país pequeño, con grandes déficits en materia de institucionalidad política y económica puede que no sea tan difícil. Pero ser presidente de un país como Estados Unidos es una cosa muy diferente. Se trata de un país con varios millones de habitantes y con muchos millones de ciudadanos que votan en forma bastante libre en los procesos electorales que allí se convocan para decidir a quién quieren como presidente. En esa medida los posibles presidentes tienen que estar de alguna manera en sintonía con lo que grandes mayorías de personas aspiran o desean. Además, allí donde hay poderes facticos de tipo empresarial, financiero, comercial, religioso, mediático, militar o de varias otras características, de gran poder, de larga trayectoria y con intereses muy asentados, no se puede ser presidente sin que ese conjunto de intereses promueva o por lo menos acepte a los candidatos con más posibilidades de ganar.

Los gobernantes o los líderes políticos pueden enfrentar sus responsabilidades con más o menos sabiduría, simpatía, grosería, diplomacia, cultura, irrespeto, imprevisibilidad o unas cuantas características más de su personalidad. Pero todo ello es, en última instancia, adjetivo. Lo sustantivo son las condiciones históricas por las que atraviesa la nación que gobiernan y los intereses terrenales que le toca apoyar a quien ejerce la presidencia.

Las fuerzas poderosas del mundo económico y político, de origen fundamentalmente estadounidense, de hace 40 o 50 años atrás, estaban convencidas de que podrían promover e incrementar sus intereses en la medida que pudieran expandirse con la más amplia libertad en todo el ámbito planetario. Confiaban en que su poderío tecnológico, financiero y comercial – y si fuera necesario militar –  no encontraría dificultades para dominar el mundo, pues no había país alguno que pudiera contrapesar ese poderío, sobre todo después de la caída de la Unión Soviética.  Versiones doctrinarias e institucionales de esa expansión ilimitada del capital fueron el Consenso de Washington y la creación de la Organización Mundial de Comercio, que apuntaban a favorecer una expansión mundial y sin barreras del capital financiero y comercial.

Ese proceso de internacionalización tuvo, como siempre suele suceder en estos casos, un período de auge y posteriores períodos de estancamiento y decadencia. Muchos países comenzaron a rechazar, o a cuestionar, o a intentar negociar la expansión estadounidense al interior de sus fronteras. No todos abrieron sus países, sin restricción alguna, al capital financiero y comercial proveniente de EEUU, como hizo Chile.  Pero fue fundamentalmente China, quien asumió el desafío de disputar, con creciente éxito, cada centímetro de la expansión estadounidense. China pasó a ser la primera potencia comercial del planeta, seguida muy de lejos por Estados Unidos. El desarrollo tecnológico que China llevó adelante le permitió competir con cada mercancía generada en el país que pretendía tener la hegemonía en todos los planos de la economía.  Mientras Estados Unidos funciona con un déficit en su comercio exterior, es decir, importa más de lo que exporta, China está en una situación absolutamente contraria, exporta más de lo que importa, lo cual le genera una capacidad financiera como para invertir y/o para dar créditos a los países en desarrollo, permitiéndole tomar control de recursos naturales o de financiar o administrar infraestructuras sociales y productivas en el exterior.  En el proceso de internacionalización que Estados Unidos esperaba liderar sin contrapeso, se encontró con rechazos y recelos y, sobre todo, con un competidor que está en la plenitud de su capacidad de crecer y expandirse fuera de sus propias fronteras.

Frente a este fracaso estratégico Estados Unidos parece haber optado por refugiarse en su propio territorio, como si se tratara de una ciudadela sitiada que tiene que refugiarse a toda costa en el último espacio de confort que le queda disponible. Dejar de competir, convocar a los capitales que antaño salieron a que vuelvan al terruño materno y negarle la sal y el agua a quienes puedan tener algún grado de capacidad competitiva.  Limitar por la vía de los aranceles y de otras medidas proteccionista la entrada a su territorio de mercancías importadas. Producir en el interior, en vez de andar buscando inversiones que realizar en el exterior. Centrarse en el campo de las inversiones externas solo en los recursos naturales que sean imprescindibles para su desarrollo industrial interno.

El problema del presente, por lo tanto, no es el presidente Trump, ni su peculiar personalidad, sino la nueva etapa en que ha entrado el capitalismo estadounidense, y sus impactos en la economía mundial.

Donald Trump

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