¿Puede usted juzgar una pintura?

Si su respuesta a la pregunta que sirve de título a este artículo es: “no, yo no sé nada de arte”, tal vez esté usted equivocado. Es probable que se encuentre usted en la situación de la gente del cuento sobre el rey, que llevaba puesta una valiosa vestimenta, pero que se suponía fuera invisible a los ojos de los tontos. Aunque el rey, en realidad, andaba desnudo, todo el mundo afirmaba que veía el lujoso atuendo; hasta que un niño gritó “¡el rey anda desnudo!”

Con lo anterior, quiero decirle que es probable que alguna vez se haya colocado frente a un cuadro cuya calidad usted cuestionaba, pero terminó suponiendo que era su ignorancia sobre el arte la que no le dejaba ver la calidad que decían que tenía; y terminó usted alabando la obra, para no pasar por ignorante.

El mundo del arte tiene algunas características que podrá usted deducir de una confesión que hizo Picasso, que a continuación transcribo, y que saqué del folleto No. 97 de la colección de pintura de Walter Foster. Dijo Picasso: “Cuando estoy sólo conmigo mismo no tengo el valor de creerme un artista, en el gran y antiguo significado de ese término. Giotto, Titian, Rembrandt y Goya fueron grandes pintores. Yo soy sólo alguien que entretiene al público y ha entendido la época en que le ha tocado vivir, sacándole provecho, hasta donde ha podido, a la imbecilidad, la vanidad y la avaricia de sus contemporáneos. Mi confesión es amarga, más dolorosa de lo que puede parecer, pero tiene el valor de ser sincera”.

Lo cierto del caso es que nadie está por completo desautorizado para opinar en materia de arte. Desde muy temprano en su vida el arte es parte del ser humano. En cualquiera de nosotros está el sentido de la proporción, de la armonía, del color. Usted no necesita, por ejemplo, de experto en arte alguno para que le diga cuál paisaje, de entre los que admiró en sus últimas vacaciones, se acerca más a una obra de arte. El experto sí podrá poner en palabras lo que usted no pondría. Podrá decir las razones por las cuales ese era el paisaje mejor estructurado, mejor ordenado; el por qué las formas, los colores, las proporciones…de las montañas al fondo del poblado, eran las que más le venían a las características de ese poblado. Pero usted percibía todo eso en forma intuitiva, como si la información necesaria para ello ya la tenía en su interior. Tal vez, sin embargo, pueda usted sostener que ha visto obras de arte para las cuales no tenía esa intuición; que seguramente, por su desconocimiento, a usted no le gustaban o no las entendía. Por ejemplo, pudo ver una obra en un salón en la que el artista había tomado una tela inmensa, de 3m x 3m, y sin pintar nada en ella, había colocado en su centro una hormiga que había aplastado y arrastrado, dejando allí un pequeño rastro y trozos del insecto, como para poder identificar de que se trataba de una hormiga. Y luego, sin hacer nada más, ya le puso un nombre a su obra: “No somos nada en el inmenso universo”. Y para mayor desconcierto suyo, un jurado había premiado la obra. A continuación le haré un par de comentarios sobre este aspecto.

En lo que a mí se refiere, usted debería comenzar por preguntarse: ¿puedo yo hacer una obra así? Y, seguramente, podrá usted responderse: ¡por supuesto que sí! ¡Puedo hacer, incluso, algo mejor! Entonces, no tiene por qué sentirse intimidado por algo que usted mismo puede hacer. Empecemos por ahí. Tal vez, cuando dice que no entiende obras como la indicada, lo que usted quiere decir es que no entiende el por qué trabajos como ese, que personas fuera del mundo del arte también pueden hacer, son admitidos en los salones de arte e, incluso, ser premiados.

A mi juicio, obras como la puesta de ejemplo para ilustrar el tema, pueden tener un gran valor. Las hay bidimensionales como esa, y tridimensionales; por ejemplo, un montón de basura sobre una mesa. Una vez vi una obra de este último tipo, inmensa (ocupaba más de una sala), con multitud de objetos repartidas por todo el espacio disponible, destinada a llamar la atención sobre lo que era el mundo de un enfermo mental recluido en un manicomio; ¡excelente! Una de las mejores cosas que he visto en mi vida. Mi afición a la psicología me había llevado, antes de ver ese trabajo, a visitar dos grandes psiquiátricos, uno en Venezuela y otro en el exterior. Esos psiquiátricos, sin embargo, no me habían introducido tanto dentro del mundo de un enfermo mental recluido en una institución, como esa obra. Salí del recinto donde estaba expuesta la obra, impactado.

Si las obras de arte no convencionales pueden tener tanto valor, ¿por qué, entonces, su existencia causa tantas reacciones negativas y de rechazo? A mi juicio, por un problema de ubicación: pertenecen a una rama del quehacer humano que no es la que, por definición misma, es la del arte. Lo trataré de explicar en el artículo del próximo mes.