Según las últimas proyecciones de la economía latinoamericana, realizadas por el Fondo Monetario Internacional, FMI, Bolivia sería el país de toda la América del Sur que más crecería durante el año en curso –presentando una tasa de crecimiento del PIB de 5,2%- seguido de Colombia, que crecería en un 4,8%. Se trata, curiosamente, de dos países de distinto tamaño y de distintas orientaciones en muchos aspectos de sus políticas internas y externas. El primero de ellos, Bolivia, pertenece al Alba y tiene fuertes vínculos comerciales y políticos con el Mercosur, aun cuando no tiene una incorporación de pleno derecho a ese bloque subregional, y mira con mucho recelo los vínculos muy intensos con las corrientes más dinámicas del comercio internacional. El otro, Colombia, es un país crecientemente abierto hacia las corrientes del comercio internacional contemporáneo. Pertenece a la Alianza del Pacífico y tiene sendos tratados de libre comercio con Estados Unidos y con la Unión Europea. Ambos países, sin embargo, pertenecen a la alicaída Comunidad Andina de Naciones. Ambos países mantienen, además, esa situación tan mencionada en la literatura y en el discurso político, pero tan poco comprendida, que se denomina estabilidad macroeconómica.
El crecimiento de Bolivia no es una cosa reciente, sino que es una situación que se arrastra ya durante más de 10 años. No solo crece, sino que lo hace a tasas más elevadas que el promedio de la América del Sur. Las exportaciones han pasado de 2.800 millones de dólares en el año 2006, a 6.400 millones en el año 2010, y a 12.500 millones de dólares en el 2013. Gruesa parte de ese crecimiento de las exportaciones corresponde a hidrocarburos, fundamentalmente gas, que tiene como mercado tanto a Brasil como a Argentina; es decir, a los dos socios grandes del Mercosur. Los ingresos provenientes de las exportaciones de hidrocarburos, no se han gastado ni se han farriado alegremente -como ha sucedido en otros países de la región-, sino que han alimentado un mayor gasto social, que se ha traducido en reducciones sustantivas de los niveles de extrema pobreza. Los gastos, sin embargo, no han sobrepasado el nivel de los ingresos, ni se ha generado incremento alguno del endeudamiento externo. Todo ello ha permitido la existencia de un nivel elevado de reservas internacionales y el funcionamiento de un mercado cambiario con grandes manifestaciones de estabilidad.
Colombia, a su vez, es también un país que hace de los hidrocarburos su principal producto de exportación, con niveles de producción que bordean ya el millón de barriles diarios. Bolivia y Colombia muestran con bastante claridad, por lo tanto, que los hidrocarburos no son una maldición para ningún país, sino que una bendición o un regalo de los dioses, siempre y cuando se administre con sensatez. Para Colombia también las exportaciones totales han crecido en forma sostenida durante el siglo XXI –aun cuando no tan aceleradamente como en Bolivia- pasando de 40 mil millones de dólares en el año 2010, a 59 mil millones de dólares en el año 2013. Igualmente, en este país se presenta una baja tasa de inflación, como consecuencia de un manejo fiscal y monetario responsable, y un mercado cambiario que presenta altos niveles de estabilidad, aun cuando en este caso con tendencias a la revaluación de la moneda nacional, con el consiguiente efecto negativo sobre las exportaciones.
Aun cuando 2014 se presenta internacionalmente como un período de baja en los precios de las materias primas, y regionalmente se proyecta como un año en que se ralentizará el crecimiento que América Latina venía exhibiendo en los años anteriores, todos los países de la América del Sur -con la sola excepción de Venezuela y de Argentina- presentarán este año tasas positivas de crecimiento. La tasa promedio de crecimiento del PIB que el FMI pronostica para la región en el 2014 es de 1,3%. Es obvio que siendo ese un promedio ponderado, y no un mero promedio simple, está altamente influenciado por las tasas modestas de Brasil (0,3 %) y las tasas negativas de Argentina (-1,7) y de Venezuela(-3,0). Pero las cifras parecen mostrar que el crecimiento económico es enteramente compatible con la pertenencia al Alba o a la Alianza del Pacífico. En otras palabras: Las diferencias en cuanto crecimiento económico no parecen obedecer -por lo menos en el presente latinoamericano- a diferentes concepciones ideológicas, sino al respeto pragmático que se tenga a las más elementales normas del manejo fiscal, monetario y cambiario. Ser un país petrolero, abierto a la economía internacional, como Colombia, no implica ni remotamente un manejo económico alegre e irresponsable, que eleve el gasto y el déficit fiscal, hasta niveles que incrementen la inflación y pongan en cuestión la posibilidad misma del crecimiento económico. Ser un país gasífero, como Bolivia, con una conveniente y remunerativa amistad con Venezuela y tener un discurso antiimperialista, sobre todo en foros internacionales, no implica necesariamente que tengan que seguir la misma política económica que ha seguido Venezuela. Pareciera ser que, por convicción o por pragmatismo, todos los países de la región o de fuera de ella, llegan tarde o temprano a aceptar la idea de que los llamados equilibrios macroeconómicos son una condición necesaria, aun cuando no suficiente, para cerrar los desequilibrios sociales que caracterizan a su países.
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