Cunden las preocupaciones en el mundo en desarrollo por la política ya anunciada por la Reserva Federal norteamericana, en términos de poner fin a los estímulos monetarios con que ese país ha venido luchando contra la recesión en los últimos años.
Desde que comenzó la crisis en el año 2008 Estados Unidos implementó una política monetaria que en lo sustantivo implicaba dinero barato y abundante – tasa de interés menor que 1 % – tanto para efectos de evitar el quiebre de la banca, como para potenciar el crédito y la inversión. Una cantidad importante de esos fondos no se quedaba en los propios Estados Unidos -donde el clima general de los negocios no era bueno- sino que buscaban oportunidades de inversión rentable en los países en desarrollo. Es así como América Latina –por lo menos los países más abiertos de la región- han recibido grandes volúmenes de inversión extranjera directa, con el consiguiente beneficio en términos de mayor empleo, nuevas tecnología, incremento de las exportaciones y mayor integración con la redes internacionales de producción y comercialización. Pero no todo ha sido color de rosa para los países receptores de dichos flujos financieros. La Presidente de Brasil llegó a decir que los países en desarrollo estaban enfrentando un tsunami financiero por esa gran ola de fondos que llegaba a sus territorios. El principal problema que esos fondos ocasionaron dice relación con la revalorización de sus respectivas monedas nacionales, con lo cual se generaba una situación cambiaria poco propicia para las exportaciones y altamente incentivadora de las importaciones. Además, los grandes volúmenes de inversión extranjera generaban dificultades para controlar el incremento de la masa monetaria interna, generando presiones inflacionarias indeseables.
La caída de China
Como China no entró en el clima recesivo o depresivo en que cayó Europa y Estados Unidos, su producción siguió creciendo y su demanda internacional de materias primas no se detuvo sino que siguió aumentando, con el consiguiente aumento de los precios. Todo ello favoreció a los países en desarrollo productores de materias primas, muy en particular a los de América Latina.
La situación no podía, por lo tanto, ser más favorable para América Latina: cantidades abundantes y baratas de capital en los mercados financieros internacionales y altos precios para las materias primas de exportación.
La política de dinero barato no ha terminado, pero Estados Unidos ha dado señales de que piensa modificar su política monetaria, seguramente aumentado sus tasas de interés en un futuro cercano, con lo cual es dable pensar que el crédito se encarecerá y la inversión será más reducida. Además, muchos de los capitales que recorren el mundo en busca de inversiones rentables comenzarán a mirar nuevamente a los propios Estados Unidos como un destino positivo y seguro, regresando a su país de origen o no canalizándose con la misma intensidad hacia los países en desarrollo. A ello hay que agregar que muchos de esos capitales jugaban especulativamente en los mercados de bienes primarios, como forma de obtener ganancias en un mercado con precios que manifestaban tendencia al alza, por obra y gracia del propio accionar de esos capitales especulativos. Esos capitales pueden también volver al sistema financiero interno norteamericano, con lo cual los precios de las materias primas petróleo, cobre, trigo, soya, etc– se estabilizarían o incluso podrían decrecer. Si a todo esto agregamos que China seguirá creciendo, pero no a los ritmos cercanos al 10 % anual que han asombrado al mundo en las últimas décadas, sino a tasas más modestas, llegamos a una situación en que las cosas se complican para los países en desarrollo. No se trata ni remotamente de un situación crítica ni angustiante, pero sí de una situación menos fácil que la conocida durante el transcurso del presente siglo.
Obviamente la situación no será la misma para todos los países. Hay algunos que han aprovechado los años de vacas gordas para modernizar su industria, para hacer obras de infraestructura y para acumular reservas. Los que se han farreado alegremente los años de bonanza, es posible que se vean más afligidos en estos años que se avecinan, a menos, claro está, que una nueva guerra, en cualquier parte lejana del mundo, haga subir los precios del petróleo.
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