Brasil: el Mundial más caro do mundo

El Mundial de Fútbol colocará a Brasil en las pantallas de televisión de todo el planeta, y miles de periódicos y otros medios de comunicación del mundo entero hablarán durante un mes de Brasil y de la gesta deportiva que allí se llevará a cabo. Hoy en día todos los países de mediana envergadura -o los que tienen pretensiones de ser considerados entre los países importantes de este planeta- tienen que gastar bastante dinero en proyectar lo que se denomina una positiva imagen país.  Una buena imagen país tiene importancia económica y política, pues atrae capitales, turistas y socios comerciales, y hace que el país correspondiente gane respetabilidad y credibilidad en el ámbito internacional.

Pero, ¿mejorará Brasil su imagen internacional con el Mundial FIFA 2014? La respuesta es sí, siempre y cuando los estadios alcancen a estar totalmente operativos el día de la inauguración del torneo, y no se presenten casos importantes de turistas asaltados o asesinados, y  los hoteles y restaurantes presten buenos servicios a los miles de turistas que visitarán el país. Pero también puede suceder lo contrario, es decir, que después de todas las inversiones y preocupaciones estatales, los estadios no estén a punto, en las calles haya disturbios, los turistas no se sientan seguros, y en los aeropuertos se pierdan el 10% de las maletas. Si suceden estas últimas situaciones, puede que se termine dando la imagen de tercermundismo, y más aún, de tercermundismo tropical, con música, prostitutas y mucho desorden y caos institucional, todo lo cual echaría por tierra décadas de trabajo de Brasil para ser considerado un país emergente y actor serio y relevante en la arena internacional.  Se trata por lo tanto, de una apuesta sumamente riesgosa.

En la  reparación  y/o construcción de los 12 estadios en los cuales tendrán lugar los partidos oficiales del mundial  se terminarán gastando aproximadamente 3.700 millones de dólares.  A la reparación o construcción de 27 aeropuertos en diferentes puntos de país se destinaron 3.800 millones de dólares  y en el mejoramiento de varios miles de kilómetros de carreteras y autopistas, además de vías de transporte urbano, se invirtió más de 4.500 millones de dólares. Los gastos totales del Gobierno federal se estiman en más de 13 mil millones de dólares. Dentro de esa suma se incluyen los gastos ya mencionados y otros gastos en materia seguridad, publicidad y gastos  generales.  A la inversión del gGobierno federal hay que sumar la que realizarán los gobiernos regionales y las empresas privadas, cuya cifra exacta es difícil de calcular.   

¿Cuáles serán los retornos o los ingresos que recibirá Brasil en compensación por este inmenso gasto? Aquí es donde comienzan las polémicas  e incluso los disturbios y manifestaciones callejeras. Los ingresos del Gobierno no igualarán ni remotamente los gastos realizados. 

Pero el rol del Gobierno no es ganar dinero, ni lograr que sus ingresos sean mayores que sus gastos, sino lograr que Brasil incremente sus ingresos y que el país  obtenga una ganancia neta positiva de todo este expectante torneo deportivo.  Y vistas las cosas desde ese punto de vista, todo parece indicar que los ingresos del conjunto del país efectivamente crecerán. En turismo, por ejemplo, se supone que Brasil recibirá la visita de 600 mil extranjeros durante el mes que durará el mundial, los cuales dejarán, por lo menos un ingreso de 3.000 o de 3.600 millones de dólares, según se les suponga un gasto de  500 o de 600 dólares por turista, lo cual es un cálculo bastante conservador.  Ese solo ingreso por concepto de la recepción y atención de turistas,  iguala a lo que costó la reparación o construcción de los 12 estadios en que se jugarán los partidos. Pero el gasto en estadios lo hizo el Gobierno y los gastos de los turistas irán a manos de los dueños de hoteles, restaurantes, taxistas y toda una larga cadena agentes económicos que constela alrededor del turismo. De todo ello el Gobierno solo captará lo que corresponda en materia de impuestos, que obviamente no igualará al gasto realizado.

Todo lo invertido en estadios, aeropuertos y caminos no desaparece ni sale del país, sino que va  a manos de empresas constructoras, contratistas de todo tipo, proveedores de insumos, y a los ingenieros y  trabajadores que laboran en todas esas empresas que directa o indirectamente se ven beneficiadas con esas obras de infraestructura, los  cuales elevarán con ello sus niveles de gasto o de inversión y generarán, en esa medida, nuevos impulsos reactivadores  Nuevamente el Gobierno gasta, y otros agentes de la economía y de la sociedad captan, directa o indirectamente, las ganancias, sin perjuicio de que el efecto reactivador de la economía que tienen  las inversiones en infraestructura  realizadas por el Gobierno tendrán, en algún  momento -y en alguna medida aun cuando sea modesta- un efecto positivo sobre los ingresos de los brasileños más modestos. Es lo que los economistas llaman el efecto multiplicador de las inversiones, por un lado, y el efecto derrame, por otro.

Otro aspecto importante de mencionar es que, cuando el mundial termine -y los gastos cesen-,  las obras de infraestructura perdurarán. Doce estadios de nivel mundial no son poca cosa, y 27 aeropuertos  regionales tampoco. Esas obras pueden tener en el futuro cercano un impacto importante sobre la economía y sobre el desarrollo del deporte y de la calidad de vida regional.  Sin embargo, se han presentado argumentos en el sentido, que varios de esos estadios se han construido en ciudades que no tiene clubes de fútbol de nivel nacional, y los gobiernos regionales o municipales no tendrán la capacidad de utilizar y de darle mantenimiento a esas costosas infraestructuras deportivas. Además, el gasto en estadios ha resultado tres veces mayor que el cálculo que se comprometió inicialmente ante la FIFA, lo cual deja la impresión de grados relevantes de ineficiencia, de despilfarro o de corrupción.

Frente a toda esta danza de millones, hay sectores importantes de la sociedad que temen o creen -con razón o sin ella- que los efectos reactivadores y redistributivos que puedan tener los gastos en infraestructura no llegarán a ellos en forma directa ni indirecta. Se plantean, por lo tanto, que esos fondos se podrían invertir en una forma socialmente más justa si se construyen escuelas  o hospitales, que son obras cuyas consecuencias positivas se ven y se sienten más directamente por parte de los sectores sociales más débiles.  Y ese punto de vista se traduce en manifestaciones, y éstas pueden derivar en represión y en tensión política que eche a perder la imagen país que el Gobierno está obviamente interesado en proyectar.  No hay que perder de vista que Brasil exhibe todavía un porcentaje de población en situación de pobreza que supera el 18% -según cifras correspondientes al año 201 – lo cual es mayor que lo que impera en Argentina o en Uruguay, sus socios originales en el Mercosur, aun cuando inferior a lo que presenta Venezuela.   

Todo lo anterior se agrava, por el hecho de que no se trata solo de las acciones, obras y compromisos relacionados con el mundial de fútbol, sino que son tres circunstancias de la misma naturaleza las que se han presentado en un plazo de tiempo relativamente breve: primero, fue la Copa Confederaciones, ahorita viene el Mundial de Fútbol y dentro de un par de años  Brasil será sede de las Olimpíadas. Se trata de tres eventos muy parecidos en cuanto a los beneficios y los problemas que acarrean.

Quizás nada de las dudas y polémicas relacionadas con el Mundial se habrían generados, si Brasil atravesara por un período de bonanza económica, como la que conoció en la década anterior. Pero hoy en día, la economía brasileña está llena de presagios poco alentadores. Nadie, ni dentro ni fuera del país, parece pronosticar un retroceso o una caída en la producción, pero todos parecen coincidir en que la tasa de crecimiento se va haciendo cada vez más pequeña. En el año 2010, el PIB creció a un 2,5% y al año siguiente esa tasa fue 2,7%. Ambas son tasas relativamente modestas en el contexto internacional de esos años. Pero en el año 2012, la tasa fue menor aún, 1,0 % -menor que el crecimiento de la población- lo cual es una situación preocupante para cualquier país. 

En el año recién pasado, la tasa volvió a crecer a un 2,13% pero, para el año en curso, se espera que vuelva a bajar, y/o que se mantenga alrededor del 2,0%.

El más bajo ritmo de crecimiento de China, y su impacto sobre el precio de las materias primas que exporta Brasil, así como los menores flujos de capitales provenientes de los países desarrollados, los incesantes problemas comerciales con Argentina, y la incapacidad del Mercosur como para abrirse al comercio con otras macro regiones del planeta, en especial hacia la Unión Europea, con la cual se negocia lentamente un tratado comercial,  son algunos de los elementos que explican la lentitud actual del crecimiento económico brasileño.

El otro elemento preocupante en la economía brasileña -y de gran impacto social y político- es el problema de la inflación. El año 2013 la inflación fue de 5,9% que es una tasa todavía baja y manejable, pero preocupante. Para el año 2014 se espera, en el mejor de los  casos, una tasa inflacionaria de 5,6 %. Y el problema inflacionario se interrelaciona con los otros problemas y dudas ocasionadas por el Mundial de Fútbol, pues en ese contexto no son solo los precios de las entradas a los estadios las que aumentan de precios, sino son muchos los bienes y servicios que colapsan o aumentan sus precios en forma acelerada, frente al crecimiento del gasto y de la inversión. Los tres grandes compromisos internacionales –Copa Confederaciones, Mundial de Fútbol y Olimpíadas- unido al escenario electoral de este año -en el cual la Presidenta parece que se verá obligada a contarse en una segunda vuelta-,  no generan un cuadro propicio como para hacer  grandes cambios en materia de ingeniería tributaria ni fiscal, que sería lo que se podría analizar, como política antiinflacionaria, en un contexto distinto.

Blog: sergio-arancibia.blogspot.com

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