El Presidente de Chile, Salvador Allende, murió en el Palacio de la Moneda el 11 de Septiembre de 1973, en momentos en que el Palacio de Gobierno era atacado mediante tanques, infantería y aviación por las fuerzas militares que se habían alzado bajo las órdenes de Augusto Pinochet. Entre ese suceso y el presente han transcurrido 41 años, lo cual nos permite decir que una buena parte de los chilenos y de los latinoamericanos no conocieron en vida la obra y el pensamiento de Salvador Allende, sino que saben de él a través de lo que la historia ha rescatado de su obra y de su personalidad, lo cual acrecienta la responsabilidad que pesa sobre aquellos que tuvimos la suerte de caminar parte de vuestras vidas bajo la conducción señera de Salvador Allende.
Entre las grandes realizaciones de su breve mandato hay que mencionar, sin lugar a dudas, la nacionalización de la gran minería del cobre –sancionada como ley por todos los parlamentarios de esa época, de todos los partidos políticos- que ha significado desde ese entonces un aporte de la mayor importancia a la soberanía y a la independencia económica del país. Ningún gobierno, en los 41 años transcurridos desde la muerte de Allende, se ha atrevido a revertir el proceso de nacionalización del cobre, aun cuando la política cuprífera, sobre todo en materia de concesiones mineras y de nuevas inversiones, ha sufrido cambios radicales en estas cuatro décadas.
También hay que mencionar como un hito relevante, la profundización y culminación de la reforma agraria, que permitió expropiar absolutamente todos los predios que se calificaban en ese entonces como latifundios, liquidando en esa medida, para siempre, a una oligarquía agraria que había ostentado el señorío territorial prácticamente desde los tiempos de la colonia. Ese proceso, que implicó una verdadera liberación social y política del campesinado, se hizo con organización social, con participación de los campesinos y sin bajar la guardia frente a las responsabilidades productivas que implicaba el cambio de los propietarios de la tierra. Lo obrado en materia de reforma agraria, aun cuando sufrió cambios radicales en el período de la dictadura pinochetista, fue la base sobre la cual se pudo levantar posteriormente una agricultura chilena pujante, productiva, exportadora y capitalizada.
En el campo estrictamente político, la experiencia de gobierno de la Unidad Popular puso en evidencia que no se pueden hacer cambios relevantes en la estructura política y económica de un país, si no se cuenta con mayorías políticas y sociales suficientemente sólidas y responsablemente unidas tras un programa de gobierno. Ese, que indudablemente fue un déficit del gobierno de Allende, fue una enseñanza que se ha proyectado hasta el día de hoy en la política chilena, poniendo de relieve que los cambios llamados a trascender tienen que hacerse con amplios apoyos y acuerdos ciudadanos.
El otro gran legado político, es sin duda, la armonización del ideal socialista con las ideas y estructuras democráticas, generando un gobierno en que todas las libertades cívicas y políticas fueron cabalmente respetadas y potenciadas. Ese binomio de socialismo y democracia es quizás el legado de Allende más relevante para los tiempos modernos, incluso más allá de Chile o de la propia América Latina
Pero más allá de esos aportes económicos o políticos, la figura de Allende se proyecta en la historia como un gigante moral, que hizo de la política una forma de organizar al pueblo y de darle una proyección de futuro, y que fue leal a sus compromisos hasta el minuto mismo de su muerte. Por ello, a 41 años de su muerte la figura de Allende sigue siendo objeto de respeto, de honor y de gloria, por las nuevas y las viejas generaciones de chilenos y de latinoamericanos.
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