Sí, es verdad: llevamos muchos años predicando la necesidad de la ética en la empresa, y los resultados no son muy positivos. Llenamos páginas y páginas de periódicos, libros y revistas diciendo que ya va siendo hora de que la ética esté presente en la empresa, en su misión y en su estrategia y, sobre todo, en su día a día. Nos quejamos de que la ética solo está presente “de boquilla”, pero no en la realidad. Y, claro, es ineficaz. Y no solo en la empresa, sino en la política (¡ay, la ética de los políticos!) y en la sociedad en general.
¿Por qué es poco eficaz nuestra predicación sobre la ética? Hay muchas causas, claro. Pero aquí voy a fijarme en una, que, lamentablemente, tiene muy escaso reconocimiento en nuestros días: la falta del sentido de culpa y, consiguientemente, la falta de perdón, o mejor, la falta de disposición a pedir perdón y a corregir nuestra mala conducta –y entiendo que el lector deje de leer a partir de este momento, porque esto le suene a discurso ñoño y anticuado.
Porque, efectivamente, eso de la culpa está muy mal visto hoy en día, gracias a las ideas de Sigmund Freud. Es verdad que puede haber falsas culpas, que nos sumen en la desesperación y nos crean caldos mentales. Pero hay también sentidos de culpa que se deben a la existencia de una verdadera culpa. De modo que algo habrá que hacer…
Bajemos a un ejemplo concreto: he manipulado la contabilidad de mi empresa para pagar menos impuestos; los negocios no me van mal, pero la oportunidad de aumentar los beneficios me parece que justifica esa decisión; al fin y al cabo, ¿no dicen que el objetivo de la empresa es la maximización del beneficio? Pues ya está. Pero me dicen que he incumplido no solo una ley, sino algunos preceptos morales. Porque manipular la contabilidad es una falta de sinceridad, una mentira, y no pagar los impuestos justos es una injusticia ante mis conciudadanos. Es verdad que soy culpable ante la ley, pero si la inspección fiscal no se da cuenta… Además, los políticos están todos corruptos, el gasto público es un conjunto de engaños colectivos, y la vida no está como para ir con el lirio en la mano. ¿Y encima pretenden que pague impuestos? ¡Anda ya!
El caso es que no me siento culpable moralmente: no he hecho nada malo y tengo un montón de justificaciones (ya he apuntado antes algunas de ellas)… En definitiva, la posición de mucha gente excluye la existencia de culpa, no ya jurídica, sino moral. Y, lamentablemente, las discusiones de muchos supuestos expertos lo único que hacen es enmarañar todavía más la cuestión.
Pero volvamos sobre lo que yo he hecho: he faltado a la verdad, he engañado a mis conciudadanos (empezando por los inspectores fiscales), he obligado a mi contable a actuar de manera profesional y éticamente incorrecta, he aprendido a decir mentiras, he faltado a la justicia, he aprendido a no tener en cuenta mis deberes para con los demás, he actuado contra las buenas prácticas profesionales, me he deteriorado como persona, he hecho daño a la sociedad y, si soy creyente, he actuado contra lo que Dios y mi religión me señalan como regla de conducta. Estos son algunos de los motivos para sentirme culpable. Claro que también puedo encogerme de hombros, decir que ya está, que no lo volveré a hacer, que no pasa nada, que lo hace todo el mundo, que eso de la ética no vale en la empresa, que el mercado es una jungla… Vale, bien, debería ser ético, pero no lo soy, ¿qué quieren que haga?
¿Por qué es importante todo esto? Porque a partir de ese reconocimiento de la culpa, de mi culpa, puedo empezar a poner los medios para corregirlo. Puedo pedir perdón; bueno, quizás no se lo diga al inspector de hacienda, porque el palo sería muy grande, pero es bueno que lo reconozca yo ante Dios, ante mí mismo y ante los demás (y no te olvides de pedirle perdón al contable, al que has convertido en cómplice de tus inmoralidades). Y puedo tomar medidas para que aquella acción inmoral no vuelva a repetirse. En definitiva, ganar dinero por el procedimiento de defraudar al fisco, de engañar a los clientes o de exprimir a los proveedores y a los empleados no es una prueba de excelencia profesional, sino más bien de lo contrario: lo que tiene mérito es ganar dinero y hacer prosperar la empresa actuando limpiamente en todo. ¿Qué no es fácil? Ya lo sé, pero, ¿no te gustaría ser un directivo excelente?
Probablemente hay muchos directivos que, al principio, estaban de acuerdo con lo que he dicho antes, pero con los años han intentado quitarse de encima el sentido de culpa con argumentos, falsos pero atractivos, como los que he mencionado antes. Y, claro, han convertido a la ética en un conjunto de prácticas cosméticas, de meras apariencias, falsas, que ya no son capaces de influir en las conductas de las personas. La ética, al menos para esas personas, no es capaz de mover su conducta. Por esa la consideran como un conjunto de reglas arbitrarias, irracionales, perjudiciales, irrelevantes…
“La moral conserva su seriedad solamente si existe perdón; un perdón real, eficaz; de lo contrario cae en el puro y vacío condicional”, escribió hace años el entonces Cardenal Ratzinger. Y el perdón tiene un precio, que es el conjunto de acciones positivas, exigentes, duras, amargas quizás, pero necesarias, que he de llevar a cabo, primero para compensar el mal causado, y luego para evitar su repetición. ¿Has obligado a tu contable a mentir? Pídele perdón, siéntate con él, cuéntale por qué eso que le has obligado a hacer no debe hacerse, y pídele que no te deje nunca más manipular la contabilidad. ¿Has incumplido tus deberes de justicia con la sociedad? A lo mejor no te atreves a confesar ante el inspector de hacienda, pero hay otras muchas maneras de reparar tu injusticia; con un poco de imaginación, y echando un vistazo a la situación de la sociedad en la que vives, probablemente se te ocurrirán algunas cosas que podrías hacer. Te va a costar dinero, claro, pero ya hemos dicho que el perdón tiene un precio. A muchos les gustaría pasar de la inmoralidad a la ética sin esfuerzo, como aquel que decía: ¿dejar de fumar? Es muy fácil, hoy he dejado de fumar ya seis veces…
Oye, pero todo esto es muy difícil. Sí, claro. Por eso necesitamos el sentido claro de que somos culpables de las cosas que hemos hecho mal, porque, sin él, no estaremos dispuestos a tomar las dos medicinas amargas que la moral nos receta: la reparación del mal causado, y la adopción de las medidas necesarias para no volver a hacerlo.
Si todos empezásemos a actuar así, la ética sería, de verdad, eficaz. No basta predicarla, sino que hay que ponerla en práctica en la vida de cada uno: reconociendo la culpa (que no es simplemente la vergüenza porque los demás se han dado cuenta de lo que he hecho, ni la pérdida de reputación y sus posibles resultados sobre los beneficios futuros), pidiendo perdón (esto es muy duro para nuestra soberbia), reparando el daño causado (esto perjudica al bolsillo, y también es muy duro) y poniendo los medios para no volver a reincidir (y ahora es cuando la ética empieza a dar resultados).
He añadido en el título que esto vale también para la Responsabilidad Social, esa forma “light” que para muchos es la ética en la empresa. Porque el razonamiento es el mismo: si hasta hoy he sido irresponsables (con mis proveedores, mis empleados, mis clientes, el medio ambiente o la comunidad local), tendré que reconocer mi culpa, pedir perdón, compensar (¡ay, cuánto duele esto!) y poner los medios para corregirlo. ¿O es que ser socialmente responsable va a resultar indoloro?
Fuente: http://www.diarioresponsable.com/portada/destacados/18255-por-que-la-etica-en-la-empresa-es-poco-eficaz-y-la-rs-tambien.html