Sapo CrecenSio: «El Gran Banquete en la Cueva Dorada»

Se corrió la voz entre los sapos y ranas, de que habría un gran banquete que se celebraría únicamente para todos aquellos que pudiesen llegar a la Cueva Dorada; ubicada en un lugar desconocido en el fondo de la laguna, próxima a la comarca.

Llegar hasta la misteriosa Cueva Dorada, donde habitaba el Sapo de tres patas – personaje legendario propiciador de la Abundancia – significaba un verdadero desafío para cualquier batracio.

El valor de encontrar la cueva; poder estrechar un saludo con el Sapo de tres patas suponía, para quienes obtenían el honor, un cambio radical de vida. Una increíble transformación. Era pasar de la pobreza a la riqueza en el sólo acto de ser tocado por el Sapo de la Abundancia.

Cuando un gran número de sapos y ranas colmados de entusiasmo decidieron emprender el viaje para disfrutar del gran banquete, cayeron en cuenta que se desconocía el lugar y no se tenía información alguna de la ubicación precisa de la Cueva Dorada.

Un viejo sapo, solitario, había dedicado muchos años de su vida al estudio de la cartografía del lugar. Cada rincón de la comarca había sido observado detenidamente por el Sapo Cartógrafo. Él, consideraba que sus mapas podrían fijar una ruta precisa para llegar a la cueva, por lo que invitó a su casa – con la debida cautela del caso – al Sapo CrecenSio.

El viejo sapo hacedor de mapas, le comentó a CrecenSio, que se sentía ya sin fuerzas, por su edad, para nadar con abundante oxígeno hasta el fondo de la laguna y encomendó que viviera por él la experiencia. Le dijo:

– CrecenSio, vive doblemente esta experiencia. Por mí y por ti mismo. Llegar a la Cueva Dorada ya es un reto importante. Comer del gran banquete que allí se celebra es más relevante aún. Imagina si a esto, le agregas que el Sapo de tres patas de la Abundancia te tocase y te convirtieras en un ser rico y poderoso. Yo te indicaré, según mis cálculos, el lugar exacto donde se encuentra la Cueva Dorada; pero como condición, te pido que compartas esa abundancia conmigo.

– Tu propuesta suena muy interesante, exclamó el Sapo CrecenSio.

– ¿Es justo verdad? – Preguntó el viejo sapo.

– Por supuesto que sí lo es; pero me pregunto: ¿Qué pasaría si no llego a destino?; o ¿Qué sucedería si alcanzo la cueva, disfruto del delicioso banquete y el Sapo de tres patas no me toca? Replanteó el Sapo CrecenSio.

– Cada situación es un riesgo que debemos correr. Yo creo en mis cálculos cartográficos y creo en ti, CrecenSio, como batracio que eres. Si no lo logras, simplemente no lo lograste; y si lo logras, lo habremos logrado juntos; ya que el deseo que moviliza a ambos es la abundancia. Esta riqueza nos permitirá vivir como sapos dignos. Expresó el viejo Sapo Cartógrafo.

– ¡Acepto! ¡Será un reto compartido y nos arriesgaremos! Eso es mejor que ser esclavos de la duda que nos provocaría el no haber intentado. Dijo el Sapo CrecenSio.

El viejo sapo conocedor de cada espacio de la comarca, conservaba un secreto: cuando cada mañana el sol aparecía por el oeste, sus rayos producían un brillo magistral en el centro del lago. Esto se debía a que la Cueva Dorada recibía la luz solar; aunque nadie había investigado este fenómeno.

El Sapo Cartógrafo se levantó de la mesa donde conversaban, se dirigió hasta un estante antiguo y sacó uno de sus mapas. Sopló con firmeza para sacarle el polvo y lo llevó a la mesa. Luego de abrirlo, puso su dedo en un punto y dijo:

– ¡Aquí es!

El Sapo CrecenSio miró su mano, luego dirigió su mirada hacia los ojos del viejo sapo y, en silencio, asintió con su cabeza.

Era de esperar que hubiera un alboroto en toda la comarca con este suceso. Sapos y ranas con sed de abundancia y muchos de ellos con codicia, decidieron individualmente trazar sus propios supuestos caminos que los llevaría hasta la Cueva Dorada. ¡Nadie quería compartir la abundancia! Sólo era necesario esperar 7 días para la celebración del gran banquete.

El anciano sapo hacedor de mapas aconsejó que, hasta llegar aquel anhelado día, realizara sus entrenamientos. Así lo hizo el Sapo CrecenSio. Todas las mañanas caminaba hasta la laguna para ejercitarse y los demás sapos y ranas reían y murmuraban acerca de lo inútil que era, ya que creían que aún no había trazado ningún camino para llegar a la cueva.

Mientras se acercaba a la laguna, se escuchaban voces gritonas que decían: ¡Deja de buscar un camino, tú eres un pobre batracio desorientado!

Todos los días, en la laguna, se zambullía con mucho aire en los pulmones, para ampliar su caja torácica y poder alcanzar el fondo de la laguna, sin desesperación.

Finalmente, llegó el día de celebración del gran banquete y muchos sapos y ranas se dirigieron a la extensa laguna de la comarca, para lograr comer del banquete y ser tocados por el Sapo de tres patas de la Abundancia. Cada uno de ellos tenía su ruta prefijada, ingresaban al agua, se perdían dentro de ella. Otros, desesperados, salían a la superficie a tomar aire y regresar a las profundidades de la laguna, pero nunca encontraron el fondo y menos la Cueva Dorada.

El Sapo CrecenSio también se dirigió a la laguna. El sol pegaba sobre el agua produciendo el brillo magistral que había develado su viejo amigo, el sapo de los mapas. Así que nadó, nadó y nadó hasta llegar al centro de la laguna y desde allí, se sumergió con mucho oxígeno en sus pulmones, buscando el fondo y siguiendo el brillo dorado que provenía de lo más profundo.
La vegetación submarina le dificultó el paso, sin embargo, ya casi sin aire en su pecho, el umbral dorado estaba frente a sus ojos. Este se abrió y CrecenSio ingresó. La Cueva Dorada estaba sellada de alguna manera, ya que al cerrar el gran portón, el agua bajó y pudo respirar, como si la dorada residencia estuviera fuera del agua. No se explicaba cómo podría ser así, debido a que había oxígeno en lo más profundo de la laguna.

De a poco, comenzó a observar todos los rincones de la cueva. Una cueva dorada por fuera, pero de piedra gris por dentro. Un piso de tierra, arena y piedrecillas, paredes rocosas que generaban mucho misterio, y dos antorchas encendidas invitaban a ingresar más hacia dentro.

En el centro de la cueva, se encontraba una humilde mesa de madera con un candelero en el su centro, un plato de cerámica con un trozo de pan y una silla.

Se acercó, miró para todos lados y se sentó. El Sapo CrecenSio aguardó silencioso hasta que unos minutos más tarde, una sombra se pronunció y detrás de ella, un gran sapo de tres patas.

– Bienvenido al gran banquete en mi cueva. ¿Con quien tendré el honor de compartir mi mesa?. Preguntó el anfitrión.

– Soy CrecenSio, Señor Sapo de la Abundancia. Es un gran honor conocerlo.

– Como verás, CrecenSio, frente a ti está el gran banquete que toda la comarca ha comentado. Señaló el Sapo de tres patas.

– Es sólo un trozo de pan, Señor… Expresó CrecenSio algo cansado y decepcionado.

– Lo sé. Y ése es el gran banquete. La abundancia suele siempre ser comentada como una ostentación, aunque el trozo de pan no es más que un símbolo de la riqueza que se encuentra en ese mismo pedazo de pan, que tienes frente a ti.

– ¿Cómo es eso Señor?

– Continúo. El pan es como un fruto. Para que ese trozo de pan esté en tu plato, hubo antes un gran proceso, una gran dinámica. Elementos que se unieron, manos que prepararon la tierra para la siembra. Manos que colocaron las semillas de trigo en los surcos. Manos que regaron esas semillas. Manos que cosecharon los granos. Manos que molieron esos granos para hacer harina. Manos que amasaron. Manos que hicieron el fuego y manos que hornearon el pan.

Lo que ves en ése plato, es el resultado de la entrega permanente. La abundancia es eso. Entregas y recibes. Es una fuerza transformadora. Respiras oxígeno y exhalas anhídrido carbónico. Dar, recibir, transformar… Dar, recibir, transformar.

– Lo entiendo Señor. Pero dime, ¿Qué tiene que ver la abundancia, el pan y todo eso, con cada uno de nosotros? Pensé que la abundancia era ser rico y obtener lo que deseamos. Exclamó el Sapo CrecenSio.

– Pues bien. Tú eres el pan. Si deseas verdaderamente ser abundante, comienza a preparar tu terreno. Coloca en tu terreno interior las semillas de calidad y siembra en ti una nueva creencia. Cree en que tú eres un campo sembrado y fértil. Riégalas, porque si no alimentas tu nueva plantación, vendrá la sequía. Cuando cada planta de trigo nazca en ti, estarás listo para desarrollar tus talentos. Pero recuerda que el trigo necesita de permanente cuidado porque, a medida que va creciendo, está débil. Por eso debes seguir alimentando tu campo, proporcionarle luz, calor y agua. La luz es la sabiduría y tu fe o convicción; el calor son tus sentimientos y tu pasión o entusiasmo y el agua, el alimento que requieres todos los días para crecer. Cuando cada uno de los procesos evolucione, tu abundancia se irá evidenciando. La abundancia material es sólo un reflejo de tu abundancia interior. Cuando ella se manifieste y puedas tocarla, continúa dando. Este es el pan. Una permanente entrega y un permanente compartir.

Luego de su explicación, el Sapo de tres patas se dirigió hasta donde el Sapo CrecenSio se encontraba. Tocó su hombro derecho y le dijo:

– Come, CrecenSio, este pan también tiene otro símbolo. Es el símbolo de la alianza contigo mismo y con la inocencia.

– ¿Inocencia?

– Correcto, tal como escuchaste. Come, CrecenSio. El hecho que aceptes ese trozo de pan, es el primer paso para sentirte pleno y ser consciente de que lo que llega a tu mano, es porque verdaderamente lo mereces. Al aceptarlo, no te culpas. Y al no culparte, estás declarándote a ti mismo inocente. ¿Eres ahora capaz de ser consciente de que todo lo que llega a ti, es un estado de abundancia concreto?. Si rechazas, por más minúsculo que sea lo que recibes, estarás cortando con la poderosa fuerza que existe en el dar y recibir. Si aprendes a recibir, podrás dar mayormente. Y así, la cadena no se corta.

El Sapo CrecenSio comió su último bocado de pan y dijo:

– ¡Que pan más delicioso!

– Es el sabor de tu ser interior, CrecenSio. Ya estás empezando a disfrutarlo. Gracias por haber venido a mi gran banquete. Dijo el Sapo de tres patas y luego regresó por el mismo lugar por donde había aparecido.

El Sapo CrecenSio se dirigió hasta el gran portón. A medida que se habría, el agua fue invadiéndolo. Llenó sus pulmones de bastante aire y comenzó a nadar hacia arriba.

Al llegar a la superficie de la laguna, comenzó a nadar hasta la orilla. El viejo Sapo amigo, hacedor de mapas lo esperaba.

– ¡CrecenSio!, ¡Tu piel está dorada!, sorprendido dijo el Sapo Cartógrafo.

– ¡No puede ser!, mira mi piel, sigue verde igual que siempre. Dijo CrecenSio, algo confundido con el comentario del viejo sapo.

– Tienes razón. Por un momento creí que te habías transformado en oro… Es que ya estoy viejo y mis ojos me juegan una mala pasada. Dijo de Sapo Cartógrafo.

– Ya lo creo… Ya lo creo…

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