La capacidad para identificar oportunidades para lograr mejores condiciones de vida y realizar los esfuerzos necesarios para materializarlas en hechos concretos ha sido característica del ser humano desde su aparición sobre la faz de la tierra.
Los retos de la vida actual, en la que la competencia por sobrevivir y crecer son una constante, resaltan la relevancia del espíritu que brinda a los individuos y organizaciones la fuerza necesaria para luchar, superarse y mejorar. Cuando es visto bajo la óptica de negocios, este impulso es claramente identificado como espíritu empresarial.
Variados autores reconocen la importancia de este factor sobre la posibilidad de mejorar las condiciones de vida individual y colectiva, en el marco de un coherente desarrollo económico
resaltando su impacto y potencialidades sobre las pequeñas y medianas empresas.
Tal como se define en el Libro Verde de Europa, el espíritu empresarial recoge la actitud que tiene un individuo -al actuar tanto en forma individual como miembro de una organización- que manifiesta su capacidad y motivación para identificar una oportunidad y lograr a través de sus propias gestiones, generar mayor valor o éxito económico.
El concepto resalta la importancia que tienen la creatividad, la innovación y una gestión adecuada, atendiendo los riesgos respectivos, en la generación de competencias que permitan alcanzar cambios favorables en los mercados existentes, la creación de nuevos mercados y en general, propiciar mayor valor agregado a los procesos en curso.
El espíritu empresarial puede manifestarse en cualquier tipo de negocio de todos los sectores, en empresas de cualquier tamaño e individuos con diferentes grados de preparación y madurez. Sus principales beneficios están asociados con:
-Creación de empleos y crecimiento económico.
-Competitividad, gracias al impulso sobre las innovaciones y eficacia, que crean positivas presiones competitivas.
-Desarrollo del potencial de los individuos ya que una vez atendidas sus necesidades económicas básicas, al convertirse en empresarios satisfacen otras necesidades de superación e independencia.
-Bienestar general de la sociedad, gracias al aporte a la economía al generar riqueza, empleo y mayores opciones para los consumidores.
-Preservación de la naturaleza y la responsabilidad social en forma conciente y activa.
A pesar del amplio reconocimiento de lo que puede significar para los individuos y organizaciones, hay casos como el venezolano, donde el efecto multiplicador del espíritu empresarial no se está aprovechando en toda su magnitud.
Estudios realizados por autores y organizaciones venezolanos y extranjeros, tales como Romero, Naim, Albuquerque, Genatios, La Fuente, Viana, Cervilla, Conindustria y Cespi, entre otros, identificaron las fortalezas, potencialidades y problemas tanto latinoamericanos como venezolanos relacionados con el espíritu empresarial, así como la importancia de las pequeñas y medianas empresas como elementos claves para generar profundos y positivos cambios sociales y económicos.
Con relación al caso venezolano, las investigaciones demuestran que si bien existen valiosas iniciativas empresariales que indican la existencia de un indiscutible movimiento de emprendedores, hay importantes problemas en relación al espíritu empresarial que se manifiestan en la alta tasa de cierre de empresas jóvenes y maduras de diversos sectores, así como la lenta tasa de creación de nuevas empresas.
Entre otros factores señalados como responsables de esta situación, resaltan factores culturales, por el insuficiente reconocimiento de la importancia del esfuerzo individual sobre los logros personales y colectivos, las políticas de subsidios y proteccionismo, las leyes y regulaciones que propician el paternalismo y chocan frontalmente con la productividad laboral, la inestabilidad política y económica, los frecuentes cambios en las reglas de los negocios, el altísimo nivel de trabas burocráticas, el traslado de responsabilidades del estado al sector privado, la inseguridad y el bajo nivel educativo de la población.
Además de estos problemas deben resaltarse los reducidos niveles de inversión de los empresarios en la formación de recursos humanos, la subutilización del talento humano, la debilidad institucional, la limitada demanda y capacidad de desarrollo de ciencia y tecnología y el incipiente desarrollo de redes de cooperación institucionales, productivas y sociales, entre otros.
El costo social y económico asociado con los problemas que afectan el espíritu empresarial venezolano brevemente esbozados es muy alto y se manifiesta dramáticamente en los elevados niveles de desempleo, capacidad industrial ociosa, desinversión industrial, fuga de capitales, delincuencia, inseguridad, conflictividad social y deterioro de los índices de productividad y crecimiento económico. Sus consecuencias, abierta o tácitamente, son reconocidas tanto a nivel del sector público, como del sector privado.
La sociedad y la economía venezolana están pagando y pagarán en muchas generaciones futuras, el precio de no tener un sólido marco de referencia que permita el surgimiento y mantenimiento de un espíritu empresarial fuerte, creativo y creciente, que sustente el crecimiento y desarrollo nacional integral y justo. Por ello es necesario que la acción del estado, los individuos y las empresas se planifique, integre y se coordine hacia la obtención de objetivos de desarrollo nacional coherente y sostenible.
Si bien no es factible proponer una solución inmediata a los problemas descritos, debido a su nivel de complejidad, la misma debe partir del reconocimiento del problema y la intención de buscar soluciones estructurales, que deben iniciar con la despolitización de los procesos fundamentales de la vida nacional y el establecimiento de un marco jurídico estable que sirva como fundamento para que se formalicen reglas de juego, parámetros de referencia y sanciones claros y objetivos que apoyen las iniciativas individuales y colectivas, así como la firme intención de los empresarios e industriales venezolanos en reinvertir al máximo en el país, apuntando al pleno desarrollo de la productividad, potencialidades y competitividad nacional.
Esto en conjunto debe permitir reconquistar progresivamente la confianza e impulsar a partir de ella los procesos productivos vitales para la creación de nuevos empleos y crecimiento económico y social.
Para ello, debe existir una orientación coherente de las políticas públicas y privadas, de manera que las mismas sean diseñadas e implantadas pensando en el país como un todo, sin segregar ningún factor, y sin permitir que decisiones particulares y excluyentes tengan preeminencia y que injustificados elementos externos impongan limitaciones que no deberían existir.
El potencial creativo del venezolano ha sido resaltado como un atributo por muchos estudiosos de la materia. Por lo que la disposición al cambio, reglas claras, información y conocimientos, políticas bien orientadas, ciencia y tecnología, adiestramiento y formación, un marco de apoyo e infraestructuras idóneas, estarían dados los elementos mínimos que deberían conllevar a la recuperación de la confianza, al atractivo de nuevas inversiones y de allí el mejoramiento de la productividad, competitividad y condiciones socio económicas nacionales.
Esto sin lugar a dudas apoyaría el despertar del espíritu de lucha por la reconstrucción de un país eficiente y competitivo, sustentado sobre bases éticas, principios y valores que permitan la sana participación nacional en los mercados globales y no menos importante, la consecuente revalorización del orgullo del venezolano por sus propias capacidades y por su patria.
Por ello, tanto los organismos oficiales como los individuos y empresarios deben apoyar de manera firme todas las iniciativas que permitan el fortalecimiento del espíritu empresarial venezolano.