Adhesión forzada y expectativa frustrada

La desarmonía psico-conductual: un estado incómodo relevante en el cual hay desequilibrio entre lo que se piensa y lo que se expresa, pues uno es la negación del otro. Hay quienes a esto lo denominan “disonancia cognoscitiva”

(É. Arenas P.)

Hay quien(es) se comporta(n) de una manera inconsistente con sus convicciones, afectos e intereses. Esto se da en sujetos con una plataforma de valores y principios muy débil y puede acontecer por diversas causas; entre ellas: presiones obligantes que llevan hacia tal desequilibrio disonante.

Hay un conjunto de supuestos referentes a la expresión de la opinión que parten de que una persona tiene una idea, pero que como resultado de presiones se ve forzada a expresar públicamente que no cree en eso, sino diferentemente. Al ser así, esa persona tiene 2 realidades psicológicas: una es la de creer en algo (que es consonante con su razón, con su yo íntimo bio-psico-social construido a lo largo de su existencia) y la otra es la de hallarse en tener que sostener públicamente que no cree en eso (lo cual es inarmónico con su creencia y que le es impuesto por promesas de recompensa o de castigo o… por el riesgo de que esto acontezca sin que le haya sido advertido).

Un ejemplo claro es el caso de un individuo que trabaja en una compañía y que percibe estar en desacuerdo con la política que se cumple en esa organización en relación con la gestión del talento humano. Esa persona está en contra de la política empresarial y se siente incómoda por trabajar allí: hay disonancia. El estado psicológico subyacente le afecta y le motiva a activarse mentalmente, anímicamente, para asumir un pensamiento y un accionar en una dirección que le encamine hacia una reducción de esa tensión. Para sobrevivir, sigue trabajando allí e introduce en su mente un pensamiento consonante (p.ej.: trabajo aquí, pero nunca apoyaré la política patronal): así, por necesidad, amolda su comportamiento a la adhesión forzada, evitando el incremento de sus efectos nocivos.

La magnitud de la disonancia está en correspondencia con tres variables: 1- la importancia que tengan los elementos participantes (creencias, conocimiento, adaptabilidad, necesidad y más); 2- la cantidad de elementos armónicos e inarmónicos que coexistan (un número mayor de disonantes que el de consonantes lleva a mayor ruido y la introducción de elementos consonantes lo reduce); y 3- la presencia o ausencia de opciones que ofrezcan la opción para actuar. De aquí que al evaluar la disonancia psico-conductual (que es como se clasifica a esta disarmonía) se deba tomar en cuenta unos y otros elementos.

La magnitud de la disonancia varía con el número e importancia de las fuerzas presionantes que llevan a expresar que no se cree en lo que se cree; esto genera un trastorno de personalidad (hay una dualidad que afecta la salud mental: por tenerse conciencia -por un lado- de que se piensa de un modo y -por otro- se dice lo contrario), surgiendo sentimientos saboteadores adversos a sí mismo. Hay quienes opinan que la magnitud es menor cuando la cantidad y relevancia de las presiones incrementa: cuando la recompensa o amenaza de castigo es mayor, la magnitud de la disonancia conductual será menor.

¿Cómo es posible esto?: la adhesión forzada lo determina, pues la persona es obligada a cambiar sus opiniones provocándose así la falta de correspondencia con lo que cree. Esto nace diciéndosele mensajes como “si expresas lo contrario, perderás la recompensa (el salario, la pequeña bolsa de comida que se te vende a bajo precio, pero que… como el puñado de granos de maíz que José Stalin le dio a la gallina luego de desplumarla viva… con ella algo comerás: mal, pero… comerás). Hecho así, la persona es llevada a una adaptación forzosa y actúa en concordancia con los postulados graficados a través de la Pirámide de la Motivación (de Abraham Maslow), cuya base teórica es que los humanos responden primero a sus necesidades básicas: alimentación y cobijo; luego: las demás. Entonces, ese cambio en sí va surgiendo progresiva y lentamente en la persona al ser forzada o inducida a decir lo contrario a su opinión privada, lo que también resulta al expresarse silentemente con su sola asistencia obligatoria a manifestaciones públicas.

Es más, como la presión destinada a reducir la disonancia está en función de su magnitud, el cambio adaptativo -o “sometimiento interior” que asegura un tipo manipulado de fidelidad a quien(es) dirige(n)- será mayor cuando la presión utilizada para provocar forzadamente la conducta pública sea lo suficientemente fuerte y sea mantenida repetitiva y persistentemente (durante años, décadas y más allá). La recompensa puede ser aumentada con distintos ofrecimientos; p. ej.: pago superior por sobretiempo, bonos, bolsos, ferias de alimentos y de uniformes, etc.: a mayor cantidad de premios, menor resistencia al cambio. Así mismo, la amenaza también se ve reforzada con el aumento de castigos: falta de formación y de promoción, despidos, desaparición, inclusión como indeseable, etc. Esta metodología no es rudimentaria, es creadora de una evidente dependencia real y hasta se ve diseñada e implementada por antropólogos, sociólogos, psicólogos y psiquiatras, entre otros personajes que convierten a otros en serviles sin idea propia, sin orgullo ni dignidad.

Pero hay sujetos en quienes no surge la adaptación forzada, sino otro fenómeno en respuesta a la expectativa frustrada que nace de la misma disonancia antedicha y que deriva de la falla y vicios en el cumplimiento de lo propuesto y prometido respecto de prosperidad presente y futura… y… más: toda una burla.

Cuando se confirma la no ocurrencia de algo ofrecido y esperado, en los seguidores surge frustración, desencanto, rabia y un ferviente deseo de antagonizar. Todo un conjunto de ideas y sentimientos en contra de lo profetizado y de la(s) boca(s) por donde salió lo pregonado, apareciendo el deseo insaciable de independencia, de emancipación. Al percibirse el engaño, todo se cae, se derrumba: de aquí la razón de no hacer promesa falsa a los conjuntos humanos, pues allí se va gestando el sentimiento de la cobranza por daño a lo sagrado de cada quien: la creencia confiada; lo cual no es un conflicto, sino un problema muy difícil de manejar exitosamente, puesto que no hay cómo re-ensamblar una creencia desmoronada.

La expectativa frustrada produce un estado de inmensa disonancia en cada persona porque ésta se preparó para un determinado hecho ofrecido, prometido, y si ello no se materializa en el tiempo, se va preparando un proceso de separación mayor, de deslinde: ¡sin amilanarse, no hay vuelta atrás! porque cada día ha ido contactando con la realidad y evaluándola más objetivamente, reflexionando y avanzando -casi sin darse cuenta- hacia otra etapa, otra condición, saliéndose del tufo de la barbarie del engaño y va aferrándose a la idea de lo que anhela para sí mismo y para su descendencia (cuyo futuro ha de cuidar) y así va desincorporándose de la bandada de timadores vociferantes de promesas atractivas, pero vacías de verdad, con las que persistente y perversamente se engaña a la gente.

Al acontecer todo eso se llega a comprender que seguir es injustificable, pues tiene ausencia de los principios éticos y de los valores morales que sostienen a todo conglomerado humano estructurado (equipo, seguidores, partidarios, etc.): una condición en la que se va minando el valor (absoluto y relativo) de la lealtad, pues muestra la realidad de quien(es) se hace(n) pasar por líder(es) que dice(n) conducir hacia el ideal, pero que realmente tuerce(n) el rumbo de lo ofrecido y que así va(n) perdiendo la base de sustentación que -social, cultural y espiritualmente- le(s) hacía(n) ser percibido(s) como favorecedor(es) y surge una catástrofe que impacta con efecto deletéreo dentro y fuera del conglomerado (organizacional, familiar, social, político, etc.), generándose la convicción de renuncia a la sumisión y al acompañamiento: una historia individual y dos momentos (un antes y un después) de un proceso que impulsa colectiva y trascendentemente motivado -día a día- por las verdades más sencillas que aparentemente carecen de importancia, pero… ¡la tienen: por el sabor amargo que causa lo difícil que es saberse engañado(s) !

Image by Peggy und Marco Lachmann-Anke from Pixabay

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